Opinión

Están cayendo copos de nieve

Mientras escribo he escuchado arañazos en la puerta de la oficina. Es precioso este gato siamés al que tú y yo hemos puesto de nombre Pancho. Me mira con una carita pintada de ternura mientras sus ojos hacen imposible negarle la entrada. Inmediatamente salta sobre el teclado de mi ordenador y hace irrealizable cualquier cosa, a no ser el darle una caricia oblonga. Le pongo la mano sobre la cabeza y voy columpiándola sobre su piel húmeda hasta llegar al final. Entonces mía con dulzura y somete su cuello a mi manaza para que, de nuevo, le de ese cariño. Bueno, los mimos que se dan, no tienen fecha de caducidad, así que los conservará para siempre. 

Están cayendo copos de nieve. Coges la nieve y la estrujas y está fofa. Coges más y la aprietas hasta que me la echas como si fuera la buenaventura y me da en la nuca mientras me escapo corriendo. Me persigues y siempre ganas todas las escaramuzas. Quiero protestar pero te ríes, te ríes mucho y esa alegría tuya es una niebla que se pone a subir desde el río azulado. En cambio si miro tus ojos y están tristes… entonces son pura escarcha. El frío, si ocurre eso, se va descolgando virginal pero terrible como un cuchillo y me acuchilla el rostro y me da punzadas en las manos y en la espalda, aunque pretenda abrigarlas.

Conviene tomar espacio. Me pongo lejos y aún así me pareces un árbol de Navidad y entonces necesito colgarme de tus ramas. Si me veo desde lejos, yo también soy sólo un Papá Noel pero de plástico y papel charol adornado con barbas blancas, lazos, mimos tuyos y minúsculos espejos.

Yo, como tú, soy un coleccionista de recuerdos. El corazón es una acequia en la que se van flotando abrazos, miradas dulces, la alegría de todas las fiestas, la estética de los vestidos de gala, las bombas de palenque, los denostados piropos y las músicas de una banda. En la vida de cada ser humano hay cosas chulas y otras tremendas. Yo aconsejo siempre recortarlas. Que queden sólo las motivadoras, las más guapas, las que hablan de lo bueno. Entonces los otros recuerdos, las cosas malas si las hubo, puedes tirarlos a la papelera o pisarlas.

Así que está permitido recordar, por ejemplo, un gato, una mañana pintada con una espátula, un beso urgente y prohibido, una obra de teatro, una cena con champagne francés, una exposición de Carmucha y tantas otras cosas, por ejemplo, otro gato. 

Pancho, ni siquiera es nuestro gato. El nuestro era de origen más popular. No procedía como Pancho de Tailandia sino de ahí mismo, de esa oquedad en la que lo encontraste famélico, enano, desesperado de hambre. Te dio tanta pena que lo adoptaste y aunque era bravo le queríamos a sabiendas de que tenía mala baba. Pero no recordamos sus maldades felinas. Sólo cómo iba taimado, con el ronroneo colgado de los bigotes, ladino, agachado casi reptando, las orejas puntiagudas, preparado para un salto del que se libraban en tal caso las intrépidas cornejas. Qué sabio era o a lo mejor no tanto. Pero cuando estaba aplatanado nos miraba superior como ese profesor de francés o de inglés que te va a poner un cuatro.

Vuelve a nevar, el cielo se rompe en cachitos blancos que, estoy seguro, volverás a aprisionar para perseguirme o para hacer un muñeco con una nariz de zanahoria y mis bufandas. Maúlla Pancho en el tejado y el viento del norte escribe en mi corazón un montón de rayas. 

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