Opinión

Fátima

Ahora llueve a manta. El agua nos persigue y se le corre el rímel a la señora que vende rosquillas. En la fila hay un hombre con barba y sandalias. Quiero imaginar que es el Señor viniendo aquí a este lugar de las encinas. Como teólogo de poca monta, que soy, me gusta pensarlo porque le veo la melena empapada y la barba goteando sobre su camiseta a rayas. Parece una bobada, ya lo sé, pero ha dicho que vendría si nos reunimos y…aquí somos un montón. De pronto se vuelve y  sonríe desde la escalinata. 

Desde aquí es más fácil comprender las palabras de Jesús en las bienaventuranzas: serán benditos del Señor los ingenuos, los que nada saben, los que se equivocan siempre, los tontos de capirote, los más buenos que el pan, los que reciben todos los desprecios por eso…por ser diferentes. Dichosos, dijo también, los que lloran porque las cosas no les van tan bien, porque la salud se les ha roto como un botijo de barro, porque son perseguidos y calumniados y porque están solos. Creen sin haber visto, aman sin tener miedo, esperan porque un día llegará el tren de la esperanza y se parará frente a su ventana y se subirán a él. 

Una anciana me hace un comentario en portugués: “é linda”. Se refiere a la Virgen que protegida por un cristal transparente aparece sencilla, pequeña, blanca, dulce y maternal. Espera mi opinión pero no puedo dársela porque el silencio, gato blanquinegro, se me sube a la garganta y se me mezcla con una emoción infantil que entonces me invade. La gente lleva velas que chisporrotean y cantan un himno en treinta idiomas. Tantos idiomas podrían suponer que estoy en una Babel, pero no…aquí nada es confuso.

Me gusta la “capeliña” por minúscula y dejo para las grandes celebraciones la Basílica del Rosario y la de la Trinidad. Siempre me pasa eso. Hoy nos quedamos pasmados ante su imagen simple de madera. De un metro de altura. De madera era la cruz del Señor. Gracias a la madera comió y bebió el hijo del carpintero de Nazaret.

En ésta, aún se escuchan los pasos del ángel de Portugal y si pones atención oirás, con el mismo tono de una aldeana porque ella lo era, las palabras que pronunció aquella mujer hermosa en 1.917.  

Aquí no busquéis a los sabios porque aún no están, ni a los poderosos porque aún no han venido, ni a los que ya están de vuelta de todas las cosas. Aquí sólo hay un grupo muy numeroso de panolis, de crédulos, de desinformados que cantan al amanecer y al atardecer. Que se arrodillan de noche y encienden sus antorchas. Se creen todo, claro está, ya lo hemos dicho, y suponen que aquí no están de casualidad, de azar, de chiripa…sino con una misión: llevar esa luz hasta los confines de la tierra. 

No se lo digas a nadie, decía el Señor a aquellos a quienes curaba. No se lo digáis a nadie dijo la Señora a los niños de Valiños. El truco es ese, supongo, no decir y sí hacer: hacer la paz  siempre, ser mediadores de paz.

Y así…soñadores que somos, vamos a imaginar que un día nos acogerá y volverá a sonreírnos con su barba húmeda y su camiseta rayada. Él lo sabe. Sabe que somos unas pobres mujeres y hombres que vamos subiendo, empapados y  despistados, por esta mojada y empinada escalinata.

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