Opinión

Pepe

Hoy he pensado que sería estupendo titular esta columna con un hipocorístico. Existen algunos de usar a diario como Paco, Pepe, Senchu, Fló… Hoy toca hablar de Pepe.

Tengo varios amigos que llevan ese nombre. Y así en el dialogo cotidiano yo puedo decir y digo: “ya se lo dije a Pepe”. Y esa aseveración queda rotunda ya que Pepe en la mente de cualquiera suena a “tener razón”, o significa “ese sí que sabe”, o equivale a “¡ah, hombre, Pepe… ya, ya caigo!”. Aún no conozco a ningún Pepe que sea un “valdrogas”, un “barallocas”, un zopenco, un cantamañanas, o un mentecato. Vamos… a lo mejor hay alguno y yo no lo conozco; tampoco se me puede exigir que conozca a todo el mundo. Uno con conocer al panadero, al que trabaja en hacienda, al que lleva tan bien la churrería, al conductor del autobús del número 12 y 16, al jefe de correos… ya casi le llega.

Si a ese nombre le pones un respetuoso “don”, como tratamiento, entonces te queda redondo, cuasi perfecto: Don Pepe. Te vale para un restaurante de tronío, para un supermercado o para el nombre del obispo de Ourense o de cualquier otro sitio.

Tengo yo que mirar en la internet el origen de este hipocorístico, pero tengo la impresión de que consultada esa extraordinaria enciclopedia popular me va a dar la opinión de que su origen está en la forma en que antiguamente y en latín se denominaba a San José. Al nombre del santo solían unirse esas dos iniciales: P.P. Con ellas se sustituía la explicación de “pater putativus”. Es decir, padre adoptivo que viene a ser otra forma extraordinaria de ser padre de Nuestro Señor.

Quiero suponer, vaya ocurrencia, que cuando iba a la escuela y tenían que cubrir aquel “impresus” el chavalín ponía con todo el afecto el nombre de José. A la entradilla de “oficio” ponía carpintero. Aunque ya sabemos que el santo era más bien lo que llamaban entonces un “tektón”.  Es decir un especialista en la construcción. Eso implicaba que hacía paredes, bigas, tejados y muebles. Así que Jesús que era un chico de lo más espabilado aprendió con él a hacer aquellos adobes con un 60% de arena, un 30% de arcilla y agua. A veces su madre, María, se quedaba boquiabierta viéndole cómo mezclaba con aquella pasta un poco de paja, un casi nada de crin de caballo o un poco de heno seco. A veces le llegaban los clientes o los amigos y le decían bromeando: “oye, pon un poco más de esmero que el chico ya le da casi tanto estilo como tú”. A él, evidentemente, se le llenaba el corazón de agüilla y se le hinchaba de orgullo el pecho. Entonces respondía: “él es mejor constructor que yo, que ya lo ha demostrado. Y es tan bueno…”. Era habitual que todos concluyesen aquella conversación diciendo: “tiene a quien salir”. 

Por cierto que este año ha sido denominado por el papa como Año Jubilar de San José. No creo que ello pase desapercibido en este mundo en el que buena falta hace que un santo de ringorrango nos ayude a superar esta crisis, esta pandemia, esta falta de trabajo, este despiste generalizado.

Ahora que voy terminando esta columna me estoy preguntando si debería cambiarme también a ese precioso nombre y así podría terminar mis artículos de forma definitiva y sonora: ¡lo dijo Pepe y punto redondo!

Te puede interesar