Opinión

Una lagartija en la cartera

Existe otro cosmos, el de aquí mismo, el de nuestro yo. Hoy vamos a adentrarnos un poco, un casi nada, en este que somos a nivel biológico. Un pequeño esfuerzo y… ¡ya!

Comencemos por el cerebro. Perdón, por los cerebros. Por los nuestros. Que sepamos tenemos por lo menos cuatro. El primero es un cerebro reptiliano. Le llamamos así porque es idéntico al de los reptiles. Nosotros tan impecables con nuestro tupé o con nuestra corbata de rayas, nosotros tan majos, tan importantes señoras y señores, somos familiares directos de la lagartija verde que nos mira candorosa, ingenua, infeliz desde la pared impoluta del hotel Francisco II. Tendrás la sensación de que eso no tiene ninguna importancia pero te diré que cuando damos un puñetazo en la mesa y tiramos a la porra todos los naipes… funcionamos con ese cerebro. La agresividad con la que te manifiestas, de pronto, en el fútbol, o cuando, de manera impropia, faltas al respeto de quienes te quieren… o cuando exhibes tu deseo de poder, estás manifestando el afán de supervivencia de la lagartija que llevas en tu mochila.

Nuestro segundo cerebro colocado en los bordes del primero es el llamado sistema límbico. Propio de los mamíferos empieza a ser una parte más agradable. Te emocionas como lo hace tu Husky que abanica su cola cuando le llevas al parque Barbaña. Con ese cerebro manifiestas cariño y será tu mejor baza para adaptarte al entorno. Si te dicen que eres una mujer simpática o un hombre divertido están hablándote de tu segundo cerebro.

El tercero es el cortex y neocortex, al que tanto hemos valorado porque representa la originalidad del pensamiento. Con él eres capaz de decir amor y de rimar las nubes y los arroyos con la mirada profunda de tus hijos. Tiene dos hemisferios. Si en ti prevalece su parte izquierda serás analítico, lógico y si tienes preferencia por el derecho serás imaginativo, creativo y del Real Madrid.

Cuando uno se enamora dice cosas tan axiomáticas o cursis como “siento mariposas en el estómago”. Los textos antiguos solían referirlo como “amor de mis entrañas”. El estado anímico se aloja en el estómago y allí se almacena el noventa por ciento de la serotonina. Hoy parece evidente que ciertos microbios intestinales pueden manipular nuestro comportamiento. Explican que el nervio vago conecta nuestro intestino con el neocortex ¡Caramba con nuestro cuarto cerebro! A propósito, qué tal si intentamos un tratamiento estomacal para cambiar el comportamiento de tanto ladino y bellaco.

Me dicen que en “The Lancet” hablan de un quinto cerebro que se ha descubierto ahora mismo. Lo siento… no puedo hablarles de él, en primer lugar porque de ese no tengo pajolera idea y en segundo lugar porque me pasaría de los tres mil doscientos caracteres de mi colaboración semanal.

Cuatro o cinco cerebros, pues qué bien. ¡Qué listos!

La lagartija, ahora ya en Cardenal Quevedo, me mira displicente desde el semáforo…Y me queda la sensación de que le damos pena.

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