Opinión

Verano amarillo

Todo es amarillo. El propio sol es una galleta redonda, gigante y amarilla. La amistad en verano también es una sombrilla amarilla. Y caramba… ese bañador que te queda tan bien y que tanto me gusta… también es amarillo.

El calor es un abrazo largo y apretujado. Sólo hay que mirarte para descubrir que tus pensamientos son de tulipán, también amarillo. Se te están derritiendo en el cerebro y te bajan por la cara unos goterones. Te miro y me imagino que te van a poner horrorosamente fea, pero no…terminan cayéndote sobre esa nariz tuya un poco griega y dándote un aspecto de lo más tierno, mimoso y con glamour. Ya me decían siempre tus amigas: suerte que tiene que  cualquier trapito le da ese aspecto encantador. Bueno casi me voy a callar lo que cuentan tus amigas de cómo te subías de niña, como un gatito, a aquel árbol que tenía  amarillas las manzanas.

Yo quería, hoy viernes 26, hablar del verano pero voy y miro al mar de Galicia, hecho de cuchillas de afeitar esta mañana, y se me hiela la tinta de este bolígrafo de cristal y goma blanda. Luego viene y va una espuma borracha que no sabe estarse quieta y me llena los pies de granitos de mica. Entonces, cuando voy a contar que no está tan bueno el día, un golpe de sol me da un pescozón y me calienta, de repente, la barbilla. Pues diré entonces que el día está fantástico y que las nubes se evaporan de lo más rápido, como si fuesen el sueño de aquella adolescente de melena tostada, que se ha atornillado a la orilla y ha echado su corazón a hacer surf, aprovechando como mueve las caderas el agua espumosa de la playa.

Si he de decir la verdad contaré que este verano tal cual no me gusta mucho. Lo digo porque veo a las señoras y a los señores  con la sonrisa tapada y así como que nos falta algo, porque un ser humano lo es por la sonrisa. Porque sólo el humano puede sonreír. Ya sé que aquí en Galicia también sonríen los árboles moviendo acompasadas sus ramas, e incluso las piedras que se colocan sonrientes para ser vistas en las montañas, los riachuelos o el Miño que sonríe bajando a la carrera o lentamente para fotografiar lo bonita que está Ourense al atardecer y cuando se encienden las farolas de la placita de tu casa.

Pero me aceptarás eso de que un niño tapado con su máscara es sólo un carnaval de tristeza, lo más que puede ser es un atracador pequeñito que nos roba siempre el corazón. Pero que ellos precisan respirar y oler, sobre todo oler. Si no olfatean ahora el olor de la comida de la abuela, o el olor del heno que recortan en las praderas, o el olor de la goma de borrar… de su infancia… ¿cuáles son los recuerdos que les quedan?

Voy a buscar el sombrero de paja grande, aquel enorme que nos trajeron de México, aquel que te ponías para ir a la viña cuando acompañabas a tu padre a ver los pámpanos, aquel de ala ancha y dibujos en “zigzag” y voy a cantarte en tu puerta con mi guitarra. Entonces saldrás al balcón y con cara de enojada  me echarás encima todo un cántaro de agua. 

Y yo me alegraré de tu agua fresquita porque estamos ya en verano y esta canícula histérica y anticipada es un huevo frito colgado del cielo con un hilo de tanza.

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