Opinión

¡Cuidado con la cartera!

El oficio de carterista no es ciertamente el más antiguo de los conocidos, pero sí uno de los más antiguos. En nuestra Auria hemos sufrido en varias épocas de la historia auténticas plagas de estos personajes, pero los últimos años del siglo XIX y hasta la mitad del XX fue una de las más representativas.

Recordar aquellas andanzas pasa por hablar de alias o apodos más que de nombres: El Chato, Virosta, Cerracilla, El Rubio, El portugués, El Panadero, Adolfito, El Quico….. Podríamos seguir así casi sin límite, tal era la cantidad de delincuentes que en aquellos años desfilaban por las páginas de la prensa local.

Los más famosos, y de alguna manera respetados por las autoridades, eran los que gozaban de una innata habilidad, casi artística, para quitar la cartera al penitente sin que este se diera cuenta. La sorpresa venía cuando por necesidad buscaba los “cuartos” y lo que encontraba era un desagradable vacío en el bolsillo. Lástima que no todos fueran así de elegantes en el desempeño de su trabajo, ya que lo habitual era actuar de manera más o menos grosera y o agresiva. Una de las técnicas más socorridas era la de seguir al “palomo” y al llegar a una zona poco transitada echarle por encima de la cabeza una gabardina o paño similar y previa “delicada” aportación de golpes sustraerle la cartera y lo que se pudiera, reloj, cadena... 


Diferentes técnicas


 La diferencia de métodos era normalmente cosa de la edad, los mayores fruto de la experiencia procuraban perfeccionar la técnica para no ser cazados, sin embargo los jovenzuelos (en muchos casos menores de edad) iban más a las bravas y se mostraban más agresivos, también es cierto que según cuentan las crónicas estos solían llevar sus buenas “chaquetillas” de parte de los guardias.  Y ya que hablo de “chaquetillas”, eso era en muchas ocasiones la única pena que sufría el “bolsillero”, los agentes sabían y los cacos también que la legislación era muy lasa con esos pequeños delitos, y en el peor de los casos la pena consistiría en una “quincena”, y a la salida un billete gratuito en el tren hasta otra población lo más alejada posible, con lo cual la captura en muchas ocasiones se acompañaba de unas buenas “tortas” y santas pascuas.


Sospechosos habituales


Para que nos hagamos una idea, la prensa de 1912 contaba el caso de un muchacho habitual en las calles de nuestra ciudad que de las 48 quincenas aproximadas que tiene un año, llevaba cumplidas cerca de “49”, en una de las ocasiones cuando “le dieron el alta”, de la prisión provincial, fue conducido por dos agentes a la estación de Canedo; nada más llegar consiguió despistarlos y afanó una cartera, por aquello de: "Llevar algo de dinero encima”, emprendiendo camino de nuevo a Ourense; la pena fue que llegando a la calle Santo Domingo se le presentó otro primo de frente y no pudo evitarlo, le cogió prestada la bolsa. Con tan mala suerte que subían por la carretera de Trives (Concordia) dos militares que al oír los gritos del “lila” (víctima), le echaron el guante al chaval, quien esa misma noche ya durmió de nuevo en prisión. ¡Poca habilidad, o mala suerte!

Otro detalle de aquellos años era que en Auria todo quedaba a mano, incluso los cacos. En una ocasión (1910), cuentan que el inspector de Vigilancia, Sr. Gutiérrez, recibió instrucciones del gobernador para limpiar un poco las calles, ya que proliferaban las quejas de los ciudadanos y visitantes. En compañía de cuatro agentes, se desplazó a una taberna en la calle Libertad y allí se encontró con siete “buenos ciudadanos” que no pudieron justificar la propiedad de varias de sus pertenencias, que sorprendentemente se correspondían por las denunciadas durante la mañana por otros ciudadanos. Quizás la fama del propietario de la taberna de que tenía un “compro oro” fuera la causa…

“Eu non fun pero ainda qu´eu fose debía darme´as gracias qu´o alixerey d´o peso que levaba no bolsillo” . Con esta frase se justificaba El Langares delante de los guardias que lo detuvieron, después de robar a un paisano en la calle del Pájaro.

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