Opinión

De Pomerii a Colón

Ourense no Tempo
photo_camera Inicio de Colón en 1908. Al fondo, Padre Feijoo. (Foto José Pacheco.)

No voy a insistir en el tema del nombre de las calles ourensanas, que cada uno tenemos nuestra opinión y, por si fuera poco, los datos no están todo lo claros que debieran. (Lo último fue leer que calles como Santo Domingo o San Miguel nacieron ya con ese nombre…) Pero como digo hoy no toca ese tema; solo lo uso como inicio para que nadie dude de que una de las calles más antiguas de la ciudad, en origen un camino entre fincas de manzanos que se llamo del Pumar (1470) o Pomerii como decían aquellos “locos” romanos (1266), y que poco después, por situarse en el entorno (de la plaza de la Imprenta) el Rollo o Pelouriño donde se castigaba a “los malos” se denomino Do Pelouriño, hasta que llegado un momento, y por haber desaparecido manzanos y Pelouriño, se decidió llamarla de Colón para honra del almirante; eso ocurrió hacia 1850.

 Cuatro fueron las vías que “organizaban” la vieja villa: Villar y Pena Vixia (Hernán Cortes) en los extremos, y Libertad y Colón en el centro. Por ellas entraban todos los viajeros de Castilla convirtiéndolas en vías principales. La de Colón fue la más comercial sin duda de las cuatro, aunque algunos integrantes de la alta sociedad ourensana también se asentaron en ella. A modo de ejemplo, en el siglo XIII sabemos de la presencia del “Maestre Juan Sorveira, coengo de la iglesia de Ourens”. En el XVIII (1756) se supone nació en ella el que fue obispo de Tortosa Manuel Ros de Medrano. Los Temes tuvieron en la calle vivienda y la que creo fue su primera botica (Pelouriño, 5, año 1838). Vivían en la calle y tenían despacho Manuel Fernández López y Ventura Alonso (procuradores de los tribunales). Este último vivía en el nº 4 cuando le sorprendió la muerte en 1910, curiosamente al día siguiente de su entierro acudió al domicilio a dar el pésame el cura de Montederramo, sufriendo un infarto que acabó con su vida. Vecino también era el concejal Ramón Varela (alcalde en 1917). Personaje digno de mención fue el gran artista y mejor zapatero remendón “Pichín” (comienzos del  XX); aficionado a la cría de pájaros, los camuflaba de aves exóticas pintando las plumas de colores vistosos, así de sus manos nació la primera paloma-guacamayo y el primer canario-periquito. Los que lo conocieron decían que, sin dar el pego, no quedaban mal... ¡para gustos!

Como todas las calles de la ciudad, tuvo problemas de salubridad por los malos hábitos de los vecinos. El peor sin duda era la cría indiscriminada de “mascotas comestibles”, cerdos y gallinas campaban a sus anchas por la calle y eso, junto al constante paso de carruajes que iban dejando sus “marcas”, convertía en un foco de infecciones toda la zona (al paso que vamos con la mala educación de algunos dueños de perros, la historia se repetirá…). Así fue hasta que un brote de peste a finales del XIX obligó a tomarse el problema en serio, no después de sufrir el fallecimiento de más de diez vecinos de la zona; en 1911, después de muchos intentos, se consiguió mejorar el alcantarillado. En la renovación del empedrado de 1959 se eliminó la acera que tenía a ambos lados, que no era más que una diferencia de nivel con el resto del empedrado y el tiempo se había encargado de convertir en una trampa para los caminantes.

La calle, por tener, hasta tuvo una adivina: “la Santa”, una pobre mujer a la que se dice poseyeron los diablos y se convirtieron en angelitos al ser llevada al santuario de… Los angelitos dieron a la enferma poderes de adivinación y curación para suerte de ella y su entorno; las autoridades tuvieron que poner freno a esta actividad, “adivinando” que los acólitos de la Santa y ella misma eran demasiado aficionados al resolio y otras bebidas espirituosas que no espirituales que iluminaban sus mentes y originaban problemas. 

Por fortuna, esa “industria” no fue la única de la rúa. Varias imprentas (A. Moldes nº 11 y después 15, J.M. Ramos nº 16, …) se ubicaron en ella; varias bodegas, destacando la de la viuda de Amor en el nº25 que vendía vino de su propia cosecha (1916) o la casa de comidas de Dolores Arca (1919) “Lola do Porto” (testigo importante en el caso del asesinato del federal); en Colón 5 se instaló una academia especializada en oposiciones (1922), los ultramarinos de Feliciano en el nº 13 y los de Benigno Selas en el 24, la churrería de Saturnino (1925). Al menos desde 1915 consta un estanco; Antonio G. Casasnovas tuvo su carpintería. 

Era mi intención dejar el artículo a finales de los años 20, pero no me atrevo a pasar sin recordar a un grande de la fotografía que en el nº 22 montó su casa y estudio: Arturo Cudeiro (años 50). Y Helados La Paloma, de Julio Ramos Álvarez, tuvo aquí fábrica y depósito (1949).

En un estudio más riguroso habría que diferenciar lo que fue la calle en sus inicios y que poco a poco fue perdiendo calidad de vida; el motivo principal: las dificultades para renovar instalaciones en aquellas calles estrechas, llevar la luz eléctrica era una aventura, y el agua corriente una odisea; el alcantarillado, aunque existía, no daba un servicio correcto, y por si fuera poco, en 1920 aun consta la presencia de gorrinos en los bajos de las casas. Eso hizo que el valor de las viviendas cayera propiciando moradores de menor poder adquisitivo. El momento en que más se evidenció este cambio fue hacia los años 20. Hoy se pelea por recuperar esplendor basándose en la artesanía, la reforma de viviendas por instituciones públicas y el traslado de distintas oficinas municipales, quizás un parking en las proximidades ayudara…

Continuará…

Te puede interesar