Opinión

El pariente de La Habana

No tuve la fortuna de conocer a mi abuela paterna, Josefa Pérez Cougil, falleció de manera repentina hacia 1936; el caso es que en los últimos tiempos voy descubriendo parientes de esa rama de la familia que me parecen muy interesantes. Hoy voy a presentaros a uno, si no me equivoco primo carnal de mi abuela. Pocos habréis oído hablar de él, pero de manera indudable su papel fue determinante en el desarrollo de la historia moderna, concretamente en Cuba. Su nombre es Enrique Pérez Serantes y llegó a ser obispo de Camagüey y arzobispo de Santiago de Cuba.

En la historia de Cuba, a día de hoy, es fácil encontrar referencias al supuesto alegato que el abogado Fidel Castro Ruiz pronunció en su defensa durante el juicio por los hechos ocurridos en el asalto al cuartel de Moncada, primer intento de revolución en la isla caribeña, año de 1953. Sin embargo, es complicado encontrar referencias a cómo fue el proceso de entrega a las autoridades cuando se encontraba huido en Sierra Maestra… 

Pero busquemos el comienzo de esta historia: 

Por una casualidad, Enrique nació en Tui (Pontevedra) el año 1883. Sus padres, Agustín Pérez Vispo (Freixo, Celanova) y Regina Serantes Cid (Allariz), residían allí debido a que su padre (guardia civil) estaba destinado en la frontera con Portugal. A los pocos años su padre solicita destino en el puesto de Celanova y toda la familia regresa al terruño. Allí, una de las opciones que se le plantean al joven Enrique, es acudir al seminario ourensano, entonces aun en la actual Lamas Carvajal. Para niños del rural era una de las mejores opciones al permitir el internado. Tenía en ese momento 13 años. Enrique Pérez Serantes.

Durante su estancia en el seminario no tardó en destacar por su inteligencia y capacidad de estudio, pero no llegó a decidir su futuro. En 1901, acercándose el momento de ser llamado a filas (el servicio militar obligatorio), opta por marcharse a Cuba, donde había estado su padre y vivía un pariente de su madre. Al llegar a la isla retoma la idea de continuar los estudios eclesiásticos, y su expediente del seminario ourensano, junto a la ayuda del pariente, le fueron abriendo puertas hasta el punto de que le conceden una beca para estudiar en Roma. 

 Su capacidad y decisión continúan abriéndole puertas y al terminar los estudios y regresar a Cuba no tarda en destacar y ser observado por sus superiores, que ven en él posibilidades de ascenso en la curia. Es así como en 1922, a los 38 años, es nombrado obispo de Camagüey (con lo cual si no me equivoco, continúa siendo el más joven de la historia).

El obispo desde un principio se mostró partidario de la educación y la defensa de los derechos de los trabajadores, buscando en el sector de la construcción una manera de ayudar al pueblo: nuevos templos, nuevos colegios (los hermanos maristas construyeron en la isla los mayores centros de instrucción de su comunidad, diez; en el colegio de La Habana, cuando el Gobierno les expropió sus bienes en 1961, estudiaban 1.700 alumnos), y una obra de la que se sentía especialmente orgulloso: la Hospedería de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, “Cachita”, con la cual promovió las peregrinaciones en la isla. Por esos actos, junto a los protagonizados en 1932 cuando Cuba sufrió el peor ciclón de su historia (en el que fallecieron más de 3.000 personas) y el obispo personalmente ayudó a buscar supervivientes y los alojó durante meses en el palacio episcopal, se ganó fama de justo e imparcial junto al nombramiento de hijo adoptivo y la nacionalidad cubana. 

En 1949, a los 66 años, es nombrado arzobispo de Santiago de Cuba. El pueblo cubano venía de un buen momento económico, pero en lo político existía gran inestabilidad. El recién nombrado arzobispo vivió el golpe de estado de Fulgencio Batista con preocupación y en más de una ocasión mostró su malestar con la situación.

En julio del 53, un grupo de jóvenes liderados por el abogado Fidel Castro planean y ejecutan el primer intento de derrocar la dictadura, con un plan casi suicida y poco afortunado que terminó con la vida de muchos de los intervinientes en el asalto al cuartel de Moncada. Aproximadamente fueron 130 los asaltantes, y entre los fallecidos en combate y los que en los días posteriores fueron masacrados, muy pocos consiguieron salvarse. La mayoría, un grupo entre los que se encontraba Fidel, no llegaron a las cercanías del Moncada por haberse perdido cuando iban hacia allí. Al ver que sería suicida seguir su camino, deciden escapar y esconderse en Sierra Maestra.

El Ejército les tenía localizados y exigía su rendición, la familia de Fidel en ese momento recurre a la figura de monseñor Pérez Serantes para intermediar en la rendición. Este, a pesar de sus 70 años, acude a la sierra, sabiendo que no hacerlo sería una condena de muerte para los fugitivos. 

 Es así como ocurrió según la web oficial del Arzobispado de Santiago de Cuba: “Personalmente se ocupó de salvar la vida de los atacantes al Cuartel Moncada, saliendo a buscar a la misma Sierra Maestra en compañía del sr. Enrique Canto Bori, a los jóvenes sobrevivientes para entregarlos vivos en el vivac y así quitarle al ejército la posibilidad de asesinarlos”.

Esa acción iba a servir para que el resto de su vida tuviera cierta libertad de acción con el régimen castrista. Si bien en los primeros días, Fidel intento que el arzobispo le acompañara haciendo ver la buena relación Iglesia-Revolución, los derroteros tomados por el régimen “obligaron” a Pérez Serantes a mostrarse cada vez más beligerante. En varias ocasiones los asesores de Fidel aconsejaron a éste reprender al arzobispo, pero Fidel siempre se opuso: “Procurad que no se le escuche, pero nadie le toque.”

 Al entierro del arzobispo en 1968 en pleno apogeo de la revolución asistieron más de 100.000 cubanos libremente.

Si os parece interesante el tema, podéis leer un excepcional trabajo del historiador Ignacio Uría Rodríguez, “Iglesia y revolución en Cuba”, Ed. Encuentro 2011, a quien personalmente le agradezco haberme aportado tanta información del pariente cubano.

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