Opinión

Los escolapios de Celanova

Cuesta entender a estas alturas que un territorio como las Terras de Celanova, continúe siendo un desconocido incluso para muchísimos ourensanos. Tengo buenos amigos que trabajan denodadamente para cambiar esa situación, recordando que la Galicia interior, tan olvidada, contiene muestras esenciales para entender nuestra historia. Como agradecimiento por su trabajo, me uno a ellos, recuperando esta fotografía –creo que desconocida– y los datos del paso de los escolapios por Celanova.

En 1867 regía la Diócesis Ourensana el obispo José de la Cuesta Maroto, y un celanovés de prestigio, Cesáreo Fernández Losada era diputado a Cortes; a ellos y a la corporación municipal se atribuye la llegada de los escolapios a la villa de Celanova.

El monasterio de Celanova fue uno de los que más sufrió con la llamada Desamortización de Mendizábal; su importante biblioteca, buena colección de arte y otros objetos de interés desaparecieron o en el mejor de los casos fueron recuperados para la biblioteca provincial y la Comisión provincial de Monumentos, lo de en el mejor de los casos puede sonar a broma sin serlo, porque el incendio del instituto en 1927 se llevó entre llamas la mayor parte de aquellas joyas. 

Al margen de los tesoros del interior, al propio edificio monástico desde la expulsión de sus claustros de la comunidad benedictina, se le dio uso como cuartel, cárcel e incluso como almacén de grano y depósito de sal, sufriendo un tremendo deterioro (alguna pared ya se había desplomado), que llevó al Estado a realizar una cesión del usufructo en favor del ayuntamiento celanovés. Inteligentemente el corregidor de la villa y sus ediles comienzan la restauración al tiempo que buscan dar utilidad al edificio, para ello piden ayuda al obispo Maroto y a su paisano Cesáreo Fernández. Entre 20 y 30 mil duros se llevaban invertidos cuando por fin el 22 de mayo de 1867 se recibe en el Ministerio de Gracia y Justicia una petición para que se autorice el establecimiento de un colegio de los escolapios en el convento y aunque se sabía que gozaba de todos los parabienes, no fue hasta enero del 68 que se recibió el permiso. 

De las ganas que se tenían para ver el colegio funcionando nos habla la premura de las obras de acondicionamiento para las que en junio se recibían los últimos 5000 duros que donó el obispo y se anunciaba para el mes siguiente la inauguración. 

Uno de los primeros padres escolapios destinado al centro fue el hoy santo padre Faustino Míguez, quien tuvo un papel relevante en la inauguración. 

La actividad en el primer y segundo año por mis datos tuvo un cierto grado de provisionalidad, lo que no significa inactividad. Los niños de la villa, en especial los de menos recursos, comenzaron a disponer de clases y entre otras cuestiones los padres consiguieron que al tiempo que se instalaba la estación meteorológica del instituto provincial ourensano, en el convento se pusiera en marcha otra exactamente igual.

Fue el curso del 1870- 71 cuando ya estaba todo reglado. Para comenzar el curso se ofrecían estas opciones (según recogía el BOP): primer año, Latín y Geografía; segundo año, Latín, Geografía e Historia Universal; tercer año, Retorica y poética, Historia Universal, Aritmética y Álgebra; cuarto año, Geometría, Trigonometría Historia de España, Física, Química, complemento de matemáticas y dos lecciones de higiene cada semana. Se requería un certificado de bautismo únicamente para comprobar la filiación, además deberían aprobar un examen de doctrina cristiana y otras asignaturas, amén de abonar 5 pesetas por derecho de examen; y en caso de pasar las pruebas los derechos de matricula serían de 30 pesetas. Desde luego no era barato precisamente, pero de alguna manera habría que cubrir gastos; los demás alumnos eran de enseñanza gratuita. 

En mayo de 1871, para completar estudios se añadiría una cátedra para quinto año en Filosofía. Con esta oferta educativa, se consiguió pasar de los 1.000 alumnos en el centro, lógicamente el grueso lo formaban los niños de primera y segunda enseñanza (más de 800). Si tenemos en cuenta que el censo de Celanova recogía 5.000 almas en el año 1881, podremos hacernos una idea de la importancia del centro.

Al igual que otras comunidades religiosas, en los años 30, la situación política no era favorable a su continuidad. Ya en 1929 el estado había recordado que la propiedad del monasterio pertenecía en usufructo al  Concello, y aunque desde el primer momento se pidió la continuidad; los padres analizando la situación deciden abandonar el centro. Habían sido 62 años de trabajo, más de 20.000 niños que por su labor habían tenido acceso a una educación, con lo que supuso de beneficio para toda la comarca.  El 4 de enero de 1930, solo quedaban en el centro un par de escolapios para ultimar el traslado; ya los internos no volverían de las navidades y los alumnos de las clases gratuitas perdían su “colegio”. Aquel "poleiro” (nombre por el que se conoce el claustro del convento) se quedaba sin "pollitos" y se preparaba para una ocupación indeseada; pero eso ya es otra historia. 

*Podrían estar en la fotografía los padres Luis Alvilla García (historia de España) y Felipe Fernández Vinuesa (Historia Universal), designados profesores del centro en marzo de 1880.

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