Opinión

La gota de leche

Tal vez sea lo primero que ve un recién nacido, ese botón cálido y nutricio que le compensa de haber perdido para siempre el paraíso líquido en el que se fue gestando. Eso en el caso de que el recién nacido conservara a su madre, lo que no siempre sucedía en tiempos de tantas muertes puerperales en el parto, pero otras diversas causas negaban también al bebé el alimento natural, y para socorrer a esas criaturas carentes de lo más básico para su supervivencia se creó en España La Gota de Leche, fundación benéfica para proveerles de biberones de leche fresca. De aquella Gota de Leche a ésta del cartel de la última película de Almodóvar ha llovido mucho, pero hay quienes viven instalados en una sequía tan pertinaz como desesperante.

Instagram, sin ir más lejos, no parece ver con buenos ojos el pezón materno, siquiera sea inscrito en el afiche comercial de una película que va de madres. No quiero pensar lo que haría con la bella y desconcertante pintura de Gaspar de Crayer que representa a una mujer amamantando a escondidas a su padre en la mazmorra en la que éste ha sido condenado a morir de inanición. “Caridad romana”, se titula, y se exhibe en el Museo del Prado, o, cuando menos, se exhibía cuando uno era niño y su padre le llevaba al museo todos los domingos, que la entrada era gratuita. Él me contó la historia de Pero, la hija, y Cimón, el padre, de suerte que mi inicial y párvula turbación roló enseguida hacia la rendida admiración por aquella dama que devolvía a su progenitor, en trance tan apurado, la vida que éste le había dado. Instagram censuraría ese derroche de bondad y de amor en un plis plas, pues, según parece, tiende a sexualizarlo todo, a ver sexo incluso en lo primero que un recién nacido ve. A tenor de lo que uno oye por ahí, parece que no sólo la acción represora de Instagram, sino el propio cartel, han generado polémica. ¿Polémica de qué? Será que no están pasando cosas terribles y tristes como para polemizar o debatir sobre ese reclamo publicitario que muestra, enmarcado en la silueta de un ojo, un pezón femenino del que cae una gota de leche. Pero lo llamativo, ya que el gusto de la gente por debatir sobre cualquier futesa es de lo más corriente, es que ninguna de las opiniones se detiene en el valor específico del cartel, esto es, su valor estético, simbólico o de eficacia publicitaria, y es llamativo porque es sobre lo único que merecería la pena opinar. A uno, particularmente, lo único que le molesta del cartel es su artificiosidad, aunque acaso se compagine bien con lo que publicita. Esa gota de leche del cartel no me parece una gota de leche de verdad, ni verosímil la forma en que cae. Se trataría, en todo caso, de una gota de leche desperdiciada.

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