Opinión

Los mayores, sin vacuna

Precisamente porque la pandemia, tan súbita, descontrolada y cambiante, fuerza en gran medida a ir improvisando los medios y los planes para combatirla, es indispensable que esas improvisaciones sean siempre congruentes con el objetivo que se persigue, que es invariable y no es otro que el de proteger a la población de los zarpazos del virus, primando a la parte de ella más vulnerable, las personas mayores. Lamentablemente, lo último que se ha improvisado es dejar a buena parte de ellas sin vacuna.

Al caos desatado por los incumplimientos de las farmacéuticas, de las que se sospecha con fundamento que venden sus vacunas al mejor postor, así como por el desbordamiento del sistema sanitario, por una deficiente planificación inicial y por el decaimiento de la confianza en alguno de los inyectables, el de AstraZeneca en particular, se añade, multiplicándolo, la última ocurrencia en el orden de administración de las vacunas, merced a la cual se deja en un peligroso limbo, en un desamparo total, a las personas de edades comprendidas entre los 65 y los 80 años, las cuales suman a su edad los achaques y las patologías crónicas propias de ésta.

Pues se ha decidido de pronto optar por la vacunación discrecional hasta los 65 años con lo que hay, la AstraZeneca, y escasean las vacunas más fiables para los que rebasan esa edad, Pfizer y Moderna, y aún no han llegado otras ya autorizadas o pendientes de validación, tenemos que la mitad de los más expuestos a la letalidad del virus, los mayores de 80 años, no han recibido aún ni el primer pinchazo, y que los de la franja inmediatamente anterior, de los 65 a los 80, se ven condenados arbitrariamente a quedar sin la menor protección, sin una triste primera dosis de algo que les defienda siquiera un poco de la cuarta ola.

El caos de las vacunas reproduce el caos del mundo en que vivimos, donde la codicia, la ceguera y la estulticia imponen su tiranía. Sin embargo, dentro de este caos sanitario específico contamos con la gente de mejor condición y formación para afrontar este marrón universal que nos ha caído y vencerlo, los epidemiólogos, los vacunólogos, los científicos, y bastaría con hacerles un poco de caso a estos en vez de a los y las que fomentan el turismo de pandemia, que es tan miserable y abyecto como el de guerra, para conquistar el alivio que necesitamos. Sobre todo, los mayores, los que lo son a partir, más o menos, de los 65.

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