Opinión

Mentir al tribunal

Una de las secciones más celebradas de La Codorniz, la revista más audaz para los lectores más inteligentes dentro de los estrechos límites que imponía la censura franquista, era la titulada "Donde no hay publicidad, resplandece la verdad", y se ocupaba de desmontar las falsedades de la propaganda. Pues bien, sobre uno de los encargados de la propaganda independentista, el todavía responsable de Difusión de la Generalitat, Jaume Mestre, recae la sospecha de haber mentido a calzón quitado en su deposición como testigo en el juicio que se sigue en el Tribunal Supremo contra los líderes del Procés.

La propia publicidad de aquella intentona secesionista mentía cual la realidad ha demostrado, pero ahora es un tribunal de Justicia el que trata de esclarecer la verdad sepultada bajo aquella abrumadora propaganda pagada encima, presumiblemente, con dinero público, es decir, con el de los mismos ciudadanos a los que se quería despojar de una parte de su territorio, de su patrimonio común. Como lo del muro de Trump pagado por México, más o menos. Pero a lo que íbamos, que el tal Jaume, haciendo honor a su actividad, se ha pasado tanto haciéndose el sueco ante las preguntas de la Fiscalía, que el presidente del Tribunal se ha pispado y le ha tenido que recordar la obligación de decir la verdad y las consecuencias penales que le puede acarrear no hacerlo.

Por desgracia, esa obligación legal para los testigos, la de decir la verdad, choca violentamente con la práctica real, cotidiana, de los individuos en la vida de relación, la de mentir como bellacos, y muy particularmente con la de los individuos que organizaron, y no digamos desde responsabilidades de publicidad y propaganda, la defección de las instituciones catalanas a la Constitución que las amparaba. Todo el mundo miente a todo el mundo como si un raro placer se desprendiera de ello, de modo que hasta cierto punto puede comprenderse que a testigos como éste les cueste enormemente el ejercicio de la sinceridad por falta de uso.

En todo caso, entre el vacile del "tal Toni" que encargaba alegremente la cartelería del 1-O a las imprentas, y el del tal Mestre, la sombra del falso testimonio planea sobre la Sala. 

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