Opinión

2020, el año que cambió nuestras vidas

Con el paso de los años nos encontramos con fechas y acontecimientos que han marcado el rumbo de nuestra existencia en este mundo. Cuando finalizaba el año 2019, no podíamos imaginar que palabras como coronavirus, confinamiento, contagios, mascarillas, distancia social, etc., que apenas conocíamos, o que nunca le habíamos dado importancia, llegarían a presidir los días y las noches de nuestras vidas en ese nuevo año 2020 que, en principio, sonaba bien y al que nos disponíamos a darle la bienvenida.

 Cuando empezaba a reír, o tal vez reírse, vete tú a saber, la primavera, otra vez la dichosa primavera, a mediados de marzo, nos confinaron en nuestras casas tratando de escapar de ese maldito virus que nos perseguía por todas partes, saturando hospitales, centros de salud y tanatorios, sembrando la enfermedad y la muerte por nuestros pueblos y ciudades.

 Después llegó el verano; hemos vencido al virus, tíos, qué bien, dijo el presi sonriente, al irse de vacaciones, volveremos más fuertes, tú. Llegó el otoño, he vuelto, como una loca, o como un loco, ya no sé, dijo el virus, he vuelto, vuelta, como una ola de la Jurado, mira tú por donde, porque yo lo valgo, y subió la curva, dichosas curvas. Sin saber cómo llegó el frío y con él, el invierno, como si tal cosa, de improviso, llegó también una extraña Navidad donde se alterna la tristeza del recuerdo de los que se han ido, con la alegría propia de estas fiesta, los villancicos de los pastores de Belén, con los responsos por los difuntos, los aplausos de agradecimiento a los sanitarios, voluntarios y demás funcionarios, a los gritos de indignación de los desamparados, y de ir a la misa del gallo, a la de los funerales en soledad. Diesi rae, dies illa.

 Por vez primera, niños, jóvenes y mayores, nos vimos obligados a cambiar nuestros hábitos de vida. Nuestros dirigentes, faltaría más, sabían perfectamente lo que había que hacer, como siempre van sobrados aunque no sean del obispo, saben hasta donde podemos ir y a qué hora, si podemos pasear al perro o a los niños, si podemos comer seis o diez, con allegados o alejados, pero el coronavirus tiene su propio libro de ruta y hace lo que le parece. No sé cuántas exhibiciones tiene que hacernos para demostrar que estamos en sus manos, y si quiere mutarse en un virus más contagioso y mortal lo hará cuando le pete.

Estamos ante un desastre natural, cómo una inundación, un terremoto o un volcán, y luchar contra las desgracias que nos envía periódicamente la naturaleza, dios, el destino o quien usted le parezca mejor, es siempre muy difícil, pero lo tenemos que intentar, esperemos que entre mascarillas, medicamentos, cuidados y vacunas, podamos algún día volver a la normalidad de verdad. Confiemos en que llegue esa victoria, pero con la humildad de que ella, la naturaleza, podrá cambiar las reglas del juego en cualquier momento. Por eso los humanos, desde la noche de los tiempos, sabedores de su impotencia en esa desigual lucha, inventaron las religiones para que, mediante sacrificios, jaculatorias, plegarias y procesiones, poder conseguir la remisión de ese castigo en forma de calamidades y tragedias que nos envían de vez en cuando esas instancias sobrenaturales.

En estos tiempos en los que han disminuido esas creencias, intentamos solucionarlo con nuestros propios medios y aquí, eso del sí se puede, tendremos que tomarlo con muchas precauciones, pero confiemos en salir adelante.

A veces sabemos combatir adecuadamente esas desgracias naturales. Aunque pocas, Madrid sufrió históricamente inundaciones, pero desde que en el año 1970, se construyó la presa de el Pardo que se mantiene siempre casi vacía, por prevención, ya no hay inundaciones. Las gotas frías tan habituales en el Mediterráneo, producían a través de la historia, grandes inundaciones en la ciudad de Valencia, pero el desvío del cauce del río Turia a mediados de los años sesenta, puso fin a esas inundaciones. Pero por desgracias, en otras ocasiones, estas actuaciones han resultado ser nefastas y perjudiciales, no hace falta nombrarlas, grandes obras públicas o privadas; presas, desmontes o variantes de autopistas o ferrocarril que fueron y serán negativas para la comunidad, como si formaran parte de esas otras calamidades que estamos condenados a sufrir, producidas por la incompetencia o tal vez, la imbecilidad humana.

Confiemos en que esas ansiadas vacunas que nos pondremos próximamente, formen parte de esos proyectos positivos que los humanos sabemos llevar a cabo de vez en cuando. Vamos, como el del Turia. Feliz año 2021.

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