Opinión

Aplausos, intransigencias y sentido del ridículo

Reconozco que lo de prohibir no está de moda, con eso de que lo estuvo, y de que manera, durante mucho tiempo, ahora, y por el efecto péndulo o similar, que tanto nos mola, nos pasamos al lado opuesto; vale todo. Aquí ya sabemos que igual nos ponemos a quemar iglesias que nos obligan a ir a misa tan ricamente todos los domingos y fiestas de guardar, y lo asimilamos, oiga Vd., como si tal cosa, y durante muchos años hemos vivido así y algunos no solo lo recuerdan, si no que lo añoran, tío, por esas cosas del orden, el respeto y la seguridad.

Ya digo, no prohibirlos, a estas alturas de la democracia estaría feo, pero habría que buscar alguna fórmula para que los aplausos que se dedican los palmeros de unos y otros; no solo al finalizar sus discursos en la tribuna del Congreso, si no que en muchas casos, interrumpiéndolos en cualquier momento álgido de su intervención; no nos hicieran sentir vergüenza ajena al contemplar ese deprimente espectáculo de ver como la “clá” de cada partido no deja de aplaudir a su orador, diga lo que diga, desde que baja del estrado hasta que llega a su escaño donde le siguen aplaudiendo hasta hacerlo directamente ante sus mismas narices momento en que el protagonista se une también a los aplausos. Vale ya, demasiado homenaje y entusiasmo ante un panorama donde se siente el fracaso de unos y otros a la hora de cumplir con la única misión que todos tenían encomendada; ponerse de acuerdo para formar un gobierno. Nunca un fracaso ha sido tan aplaudido.

Después del atracón de discursos y debates entre nuestros líderes políticos, que ha tenido lugar estos días en el Congreso de los Diputados, donde Pedro Sánchez no logró su investidura, nos quedan unas amargas impresiones sobre la incapacidad de los distintos partidos de ponerse de acuerdo en algo tan elemental y necesario como formar un gobierno estable para que podamos iniciar un período de tranquilidad y poder dedicarse a resolver los problemas que afectan a toda la sociedad y a todo el territorio- No han llegado a un acuerdo por la intransigencia de unos y de otros dando un mal ejemplo a toda la ciudadanía porque si las cosas, mal que bien, siguen funcionando, es por la capacidad que tenemos los ciudadanos de a pie de transigir todos los días desde la mañana temprano hasta la noche. 

No solo transigimos, es que ya estamos resignados; con nuestro destino, con nuestros vecinos, con nuestro tendero, con nuestro trabajo, con nuestro paro o con nuestra jubilación y por si fuera poco, ahora también lo estamos con nuestros políticos culpándonos de no haber sabido elegir mejor. Nada, nada, la culpa es nuestra.

Lo tenemos asumido, estamos acostumbrados, (sí , para que calles) pero ya que las cosas son así, les pediríamos a nuestros representantes políticos que, a falta de otros criterios, tengan un mínimo sentido del ridículo y que no se dejen aplaudir con tanto entusiasmo, al menos, delante de su cara.

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