Opinión

El bosque de Ridimoas

Supongo que para la gran mayoría de los lectores, Ridimoas, no le sonará de nada, hasta el punto de que mi ordenador me lo subraya como una falta de ortografía, normal, lo mismo me pasó a mí, leyendo hace unos días en La Región, concretamente, el pasado 15 de marzo, página 17, una pequeña reseña que supongo, habrá pasado totalmente inadvertida, pero que me llamó la atención como ejemplo de que todavía se puede hacer algo por aquí sin esperar a que nos lo den cocinado, masticado y digerido los de siempre: Entusiastas seguidores de un partido o de otro, local o nacional, de derechas o de izquierdas, con unos intereses o con otros, con unas comisiones o con otras, legales o ilegales, como es la tradicional costumbre en esta querida tierra nuestra desde tiempos inmemorables, en la que el abandono y la desidia reinan por doquier, pero sobre todo, en lo relacionado con el monte y la actividad agraria en general donde, en muchos casos, el concepto de propiedad no va acompañado del sentido de responsabilidad, educación y respeto que deben presidir todos los aspectos de la vida en una sociedad civilizada, porque si abandonas un coche en la vía pública, la grúa municipal se lo lleva y se termina el problema, pero si abandonas una finca, prácticamente, no pasa nada, aunque pueda generar más peligro que abandonar un coche.

Comienza así la mencionada noticia de La Región: “La Asociación Cultural Ecolóxica Ridimoas adquirió a lo largo del pasado año un total de cinco nuevas parcelas para la ampliación del bosque de Beade, que suman un total de 7.500 metros cuadrados de superficie, invirtiendo en ello, 8.030 euros”.

Vaya por delante que no conozco a nadie de esta asociación, ni quiénes la componen, ni cómo funciona; mi única información, y la primera vez que tengo noticia de su existencia, es solamente la que me proporciona esta pequeña reseña en nuestro periódico, pero me hace pensar que detrás de esa asociación hay una persona o personas que no sé si son hombres o mujeres, de derechas, izquierdas o de frente, que votan a este, aquel o aquella, pero que hacen una labor y tienen unos proyectos, que son los que se necesitan para intentar que el abandono no sea el protagonista de nuestro paisaje. Porque llega un momento en que lo de menos es que sean de un partido o de otro, de unas ideas, de un credo, de un leguaje o de otro, lo que de verdad nos hace falta es que sean personas positivas, con voluntad de mejorar las cosas, con ganas de trabajar y que tengan educación y respeto con sus vecinos.

Si nos fijamos en el detalle, lo primero que se observa es una buena administración. ¡Con 8.000 euros, (apenas una propina en cualquier comisión municipal que se precie) se compran cinco parcelas! No hay más preguntas Señoría. Con diez asociaciones como ésta, se soluciona la concentración parcelaria, al menos, en nuestra provincia. Porque está claro que con parcelas rurales de poco más de 1. 000 metros, donde no puede ni trabajar un tractor, no hay posibilidad alguna de que se pueda llevar a cabo cualquier actividad en ellas que resulte rentable. (Esta asociación, tiene más de mil socios. Fantástico, ánimo y a seguir trabajando).

Las asociaciones, siempre que no se infiltren en ellas elementos que puedan ver en su funcionamiento, como pasa en los partidos políticos, una buena y confortable manera de vivir, es la mejor fórmula para intentar mejorar el sistema democrático, porque, cuando el ejercicio de la política, es al mismo tiempo, una forma privilegiada de ganarse la vida, los que se dedican a ello, ya no tienen libertad, hacen y votan lo que les ordenan, porque, “amiguiño”, con las cosas del comer, no se juega. “Pois si.”

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