Opinión

El coeficiente de imbecilidad

De la misma forma que existen coeficientes o índices que clasifican a las personas por sus condiciones físicas o intelectuales, habrá que ir pensando, viendo el aumento de casos, en establecer una clasificación que nos indique el nivel de imbecilidad de una persona humana, sí, porque esa característica solo la tenemos los humanos, el resto de las especies con las que compartimos el planeta, pueden ser dóciles y domesticables, que nos ayudan a vivir y nos hacen compañía, como un caballo, un perro o un gato, o fieros e incontrolables como un león o un cocodrilo, es decir, tienen sus cosas, pero no son imbéciles, porque para serlo es necesario un nivel, aunque sea mínimo, de inteligencia y ese solo lo tiene el homo sapiens y señora.

Pero tendríamos que evitar la connotación de insulto que generalmente acompaña a la palabra imbécil, porque (sé que me estoy metiendo en un jardín sin flores) tenderemos que admitir que imbéciles, imbéciles (la “imbecillitas” de marras, de toda la vida) lo somos todos, aunque la respuesta habitual a esta llamada, si no te meten una leche directamente, es decirte que imbécil lo será usted, cuando lo debiéramos considerar como una enfermedad que, en menor o mayor grado, padecemos todos, dependerá del nivel de afectación que tengamos, da ahí la necesidad de establecer una escala, un coeficiente, porque es como la temperatura de nuestro cuerpo, que todos tenemos mientras estamos vivos, pero si nos pasamos, lo que ya tenemos, es fiebre.

Así podríamos entendernos mejor: Pues fulanito es muy majo, sí, sí, y muy inteligente, nada machista y también progresista, mira tú, además, tiene un coeficiente de imbecilidad, cinco, por ejemplo, en una escala del uno al diez, de esta forma podríamos establecer unas bases de entendimiento en todos los niveles, sobre todo en el Congreso, asambleas y Ayuntamientos, descartando que intervinieran en las discusiones todos aquellos que ese día, rebasaran, por ejemplo, el nivel siete de imbecilidad, porque queremos pensar que, al menos en algunos casos, esto de la imbecilidad, como la fiebre, puede ser pasajera. Por desgracia, en otros casos, no, lamentablemente, algunas veces, demasiadas, es “pa” siempre. 

Por eso, si necesitamos llamar imbécil a un habitante que tengamos en la cercanía, debemos precisar y decirle; es usted imbécil nivel cinco, seis o siete, por ejemplo, y no, como se suele hacer, es usted un imbécil (sí, no existe la palabra en femenino) así, a palo seco, sin especificar, y pasa lo que pasa.

Considerando la imbecilidad como un virus, una enfermedad, para la que no existe, ni se le espera, vacuna alguna, no debiéramos molestarnos, como no nos molesta que nos digan que estamos resfriados o que nos hemos contagiado del coronavirus, de esta forma podríamos entendernos mejor, pero el problema está en que la naturaleza los protege y no nos ha proporcionado ninguna señal, ninguna molestia, dolor, fiebre o picor que nos pueda dar una pista del nivel de imbecilidad que pueda tener nuestro vecino, de la misma forma que sabemos su nivel de fiebre, poniéndole un termómetro, o viendo su dolor de muelas o de corazón que lo obliguen a meterse en la cama o si acaso, en la tumba.

Por el contrario, la naturaleza y sus socios se han encargado de que el imbécil se encuentre en plena forma física, de ahí que no podamos disponer de un “imbecilímetro” con el que podíamos controlar las entradas en los aeropuertos y lugares de reunión, de esta forma vemos que cada día van logrando más objetivos y más cotas en la escala de poder, porque la imbecilidad suele ir acompañada de altos niveles de ignorancia, ingenuidad, terquedad y si hace falta, agresividad, para imponer sus ideas, sus criterios y por desgracia, en muchos casos, sus instrucciones y órdenes, aunque vayan en contra de nuestros más elementales principios.

Es posible que en una civilización más avanzada, tal vez en alguna otra galaxia, pueda tener lugar una conversación como ésta:

-Hola Pepe, Manolo, Luis… ¿Cómo estás? 

-Pues verás, esta mañana me he levantado con unas décimas de imbecilidad y no me veo con ánimo de acudir a nuestra comida de los jueves, no sea que la armemos. 

-Nada, nada, amigo, no te preocupes, ahora hay muchos casos, ya sabes, todo se contagia, y como hay tantas sesiones en el Congreso... Cuídate, vete para casa, ya verás como pronto te recuperas, saludos a María. Nos vemos la próxima semana.

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