Cuando los que controlan y regulan sumen más que los controlados y regulados, habremos llegado al punto de no retorno y con ello el despegue hacia la gran debacle final. Nuestros gobernantes están empeñados en controlar y regular la actividad de todas aquellas personas y empresas que son precisamente las que producen los ingresos necesarios para sostener el presupuesto del estado, que no pasa un día en el que no se les ocurra algún invento más con el que, están seguros, van a solucionar todos los problemas.
Estamos de acuerdo en que es necesario establecer una serie de normas que ordenen la actividad comercial y empresarial que es la que, a fin de cuentas, genera la riqueza de un país, pero no podemos pensar en que todo se va a solucionar a base de leyes y decretos que al estilo del “exprópiese” del difunto Hugo Chaves, vemos que, una vez más, no hacen otra cosa que ponerlo todo peor de lo que estaba.
Lo que ya produce una gran desánimo es ver como los que tienen el mando sobre el BOE se atribuyen el éxito y presumen de, por ejemplo, subir el salario mínimo, que todos estamos de acuerdo en que era necesario hacerlo, pero que no es tan simple la cosa, y tal vez hubiera sido mejor estudiarlo con más profundidad, porque por esa regla, lo podían haber subido mucho más y podían haberse puesto más medallas, pero no, no es tan sencillo, y no es lo mismo novecientos cincuenta euros en un pueblo de Extremadura, que en Madrid, Barcelona o Bilbao, por ejemplo, y ahora quieren limitar el precio de los alquileres de la vivienda, que también estamos de acuerdo en que nos enfrentamos ante un grave problema por su carestía, pero no somos tan ingenuos como para pensar que esas cosas se solucionan a golpe del BOE, que puede empeorarlo, nada que se entusiasmen, porque, una de dos:
1) O estamos en un régimen de libertad de mercado, donde las leyes son necesarias, de acuerdo, pero no lo son todo, porque en ese sistema, la ley fundamental, aunque no esté escrita, pero que es muy efectiva; es la de la oferta y la demanda. Esta ley es, precisamente, la que permite que un coche, un ordenador o un teléfono, por ejemplo, nos cuesten menos, en valores constantes y absolutos, que hace treinta o cuarenta años, sin que exista ningún decreto que lo exija, o 2) Estamos en un régimen donde la economía está intervenida por el estado; la economía planificada, donde la vida en general y toda la actividad comercial están sometidas a otras leyes y sistemas que todos conocemos pero que tampoco nos sirven de ejemplo de prosperidad y bienestar para los ciudadanos de esos pocos países donde todavía perviven.
El problema está en que cada día se apunta más gente al sector de los que cobran directamente del presupuesto, que saben que no se van a encontrar con un ERE, ni que tienen que pasar tantos controles, ni cumplir con tantos objetivos de eficacia y rentabilidad, que los que viven dependiendo de la actividad privada; empresas y autónomos, que comprueban cada mañana lo difícil que resulta encontrar la rentabilidad necesaria que le permita afrontar sus obligaciones y con ello lograr la supervivencia de su empresa, y cansados de luchar contra todo, se rinden y bajan la persiana. Ya no quieren seguir defraudando impuestos, ya no quieren seguir explotando a su gente, se buscan un grupito de apoyo al político de turno y se enchufan de amiguetes, lo que ahora, al cambio, le llaman “influencers”, en el ayuntamiento, diputación o, si se tercia, se presentan a diputados al parlamento nacional o regional por el partido que se ofrezca, aunque sepan que lo único que van a conseguir, es restarle votos al partido de su tendencia que tiene posibilidades, cosa por la que, los otros, les quedarán eternamente agradecidos. Como en las esquelas.
El peligro está en que, a este ritmo, llegará un día en que haya más administradores que administrados.