Opinión

El coronavirus y la mentira

Nos seguimos asombrando cuando comprobamos que una persona nos ha mentido, no digamos ya cuando se hace en directo, ante las cámaras de TV y en el Parlamento, o en una rueda de prensa para que se entere todo el mundo. El juego de la verdad y de la mentira está presente en nuestras vidas desde que Adán mordió aquella dichosa manzana que le supuso tener que salir a toda leche del Paraíso. ¿Fue así de verdad lo que sucedió? ¿Por qué Eva y la juguetona culebrita se empeñaron en darle a su compañero la manzana prohibida? Esta es la historia del primer engaño de la humanidad que siempre hemos dado por buena sin que nos podamos apoyar en un triste video, ni siquiera un acta notarial que nos pudiera avalar esa versión de los hechos acaecidos en aquel Paraíso Terrenal, es decir, en la tierra, ese sueño que todos hemos tenido alguna vez de poder encontrar aquí ese Paraíso, mientras sigamos viviendo en este mundo, tal cual, con sus pros y sus contras, con sus penas y sus alegrías, pero respirando, no sé si me explico, sin tener que espicharla, porque cómo en casa, ya se sabe.

La alternativa de que ese deseado Edén pudiera estar en los cielos si has sido bueno, (o buena, no sea que tengamos problemas con los/las genéricos/as) pero después del tránsito al más allá, está bien, de acuerdo, es un premio merecido, pero eso ya es otra historia.

Escuchábamos recientemente unas declaraciones del excelentísimo señor vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias: (ya sé que no se le suele dar este tratamiento, pero mientras tenga el cargo, le corresponde)... “Pero creo que hay que naturalizar, en una democracia avanzada, cualquiera que tenga responsabilidades en una empresa de comunicación o en la política, la crítica y el insulto.”. Debe tener muy acostumbrado el oído a los insultos, pero no estoy de acuerdo, en absoluto. De momento, equiparar la crítica con el insulto es, simplemente, un error, que por otra parte, no nos debe extrañar, porque estamos en unos tiempos en que todo se confunde, todo se mezcla, pero tendremos que encontrar una solución, un camino para que podamos entendernos, porque si normalizamos las mentiras y los insultos, no podremos seguir avanzando.

Ante el desconcierto que vivimos en todos los sentidos; un juez no condena a un inquilino porque los daños causados en un piso, no los hace él, sino su perro, y claro está, el pobre can no es responsable de sus actos. Cuando otro juez dicta una sentencia en la que afirma que llamar “zorra” a una mujer no es delito, ni falta, ni nada, porque quiere decir que esa mujer es astuta y sagaz. O cuando un individuo puede blasfemar impunemente amparándose en la libertad de expresión, es que hemos perdido no ya el norte, es que ya ni tenemos brújula.

Lo que sí nos veremos obligados a normalizar, viendo los acontecimientos cotidianos, es la mentira, sobre todo en los ambientes políticos, no podemos seguir escandalizándonos y rasgándonos las vestiduras día tras día, porque una mañana se nos diga que no voy a pactar con éste, y por la tarde, haga lo contrario. Tendremos que aceptarlo, el engaño es inevitable, no nos cabreemos, tomemos nota, simplemente, y procedamos en consecuencia cuando nos toque elegir, sabiendo que si votamos a Perico, es lo mismo que si votamos a Perica.

No dramaticemos con el hecho de la mentira, como con el virus, tendremos que convivir con ella, nos engaña hasta el corona, también, que no sabemos si estamos infectados o no, y hace falta esperar diez, o catorce días para saberlo. Hasta cierto modo podemos decir que la mentira es algo natural, la naturaleza nos engaña todos los días; desde presentarnos una vistosa seta venenosa para que nos la comamos, hasta repartir caprichosamente la miseria y la muerte por el mundo sin darnos la mínima explicación.

 Todo el mundo miente, sobre todo cuando el sustento de cada día depende de ello, porque los diputados, ministros, asesores, consejeros, concejales, etc., que actúan en este teatro político de nuestros pesares, cobran puntualmente sus gruesas nóminas a fin de mes, las tienen aseguradas y domiciliadas en su banco siempre que sean obedientes y hagan lo que se les ordena. Con las cosas de comer no se juega.

Solo no mienten los que no saben lo que dicen, como los niños, o Maradona (Q. E. D.) Por eso el día 28 de diciembre se celebran los Santos Inocentes.

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