Opinión

Cuando un amigo se muere

Estamos en días tristes, como nos canta Lucía Gil con su preciosa balada desde el balcón de su casa en estos días de clausura. Recordando al Eclesiastés: Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir. Tiempo de amar, y tiempo de aborrecer. Tiempo de llorar, y tiempo de reír. Cada día, cual si fuera un parte de guerra, los medios de comunicación nos dan el número de los fallecidos en las últimas 24 horas a consecuencia de esta maldita peste del Covid -19, como antes nos daban los muertos que se habían producido en los accidentes de tráfico del último fin de semana. Confinados en nuestras casas, echamos de menos esa libertad que, como pasa con otras cosas y personas, solo las valoras cuando las has perdido. Esta clausura se hace pesada porque la gran mayoría de la gente, afortunadamente, no ha estado en una cárcel, ni secuestrada esperando un rescate, ni ha vivido tantos años como para recordar las cuarentenas, penas y desgracias producidas por otras tragedias parecidas que ha sufrido la humanidad a través de los siglos con las que la naturaleza ha eliminado a una parte de la población cuando le ha parecido oportuno sin darnos motivos ni explicaciones de por qué lo hacía. 
Nunca entenderemos como funcionan los programas encriptados de la naturaleza. Ella o él (podríamos abrir un debate sobre lo adecuado del género) sabían en todo momento como rebajar rápidamente los índices de contaminación sin tener que convocar una conferencia para el cambio climático en París, ni organizar un mercado de bonos de carbono para rebajar los índices de polución en nuestro planeta. De acuerdo, algo había que hacer ya que no fuimos capaces de entendernos para conseguir la reducción de las emisiones de CO2. Tenemos los ríos y los mares inundados de plásticos y de basura, los bosques ardiendo, las gotas frías amenazando, las industrias contaminando sin control para conseguir sus objetivos, sí, sí, de acuerdo, algo había que hacer, sí, sí, pero eso no justifica que su divinidad, alteza o cualquiera que sea su tratamiento. !Leche¡ con perdón, saque de sus almacenes un virus silencioso asesino y cabrón capaz de llevarse por delante a miles de personas inocentes en todo el mundo. Sentémonos y hablemos, como diría el otro, incluso en catalán o en inglés, da igual, convoquemos una mesa de negociación, tío, lo que sea, hablando se entiende la gente. ¿O no? Pero nada, nada, que si quieres arroz, Vd., Usía, Excelencia, Eminencia o lo que sea, parece que va en el modo:“Quieto todo el mundo, se sienten ” o algo así, se acabó el diálogo, todos a casa. ¿Y ahora qué?
Este año 2020 no ha vuelto a reír la primavera como nos tenía acostumbrados desde los tiempos de los “caralsoles”, camisa nueva y fiestas de guardar, aunque el cielo esté más limpio que una patena y el sol brille con todo su esplendor, esta vez la primavera ha venido llorando y sigue llorando amargamente cuando todos los días aumenta el número de víctimas de este virus desgraciado y caprichoso que igual fulmina a un joven y atlético Teniente Coronel de la Guardia Civil, como indulta a un jubilado de 86 años. 
Cómo no vamos a llorar en esta triste primavera, cuando te envían un mensaje en el que te comunican que nuestro amigo Juan Carlos Martín Baranda, con el que comíamos casi todos lo jueves los amigos de la AECD (Asociación española de clásicos deportivos) ha muerto.
Juan Martín Baranda era un gran arquitecto, un gran pintor, dibujante, profesor de la escuela de arquitectura de la Complutense de Madrid, pero sobre todo, era una buena persona, en el buen sentido de la palabra, bueno, como diría Machado. Siempre con una sonrisa en sus labios, siempre atento y dispuesto a obsequiarte con uno de sus espléndidos dibujos-caricatura de coches clásicos que les imprimía una velocidad increíble aunque fueran lentos, como aquél que nos hizo y conservaré siempre, del Seat 1430 FU en el Rally de Montecarlo del año 1978, en un helado ”col “ del Burcet, con el inolvidable y añorado Julio de Santiago. Ni Picasso ni Dalí sabrían hacerlo mejor. Juan, nunca te olvidaremos, habíamos dejado pendiente para el próximo, nuestra conversación del último jueves, la seguiremos dejando pendiente, como de costumbre, no era importante, hasta que la podamos continuar entre las estrellas.
Antes todas las desgracias eran por culpa de nuestros pecados, incluso Felipe II estaba convencido de que el desastre de la Armada Invencible fue por esa causa y por eso se organizaban rogativas y plegarias pidiendo perdón. “Perdona a tu pueblo Señor, perdona a tu pueblo, perdónalo Señor”. 
Ahora los pecados han cambiado; la libertad de expresión ya no distingue entre un chiste y una blasfemia, y el libertinaje confunde conceptos tan fundamentales como honradez, decencia, talento, cultura, sacrificio, caridad o clemencia.
Y ante la incertidumbre, la nostalgia, la tristeza y la esperanza, nos encontramos con que la primavera ha venido y no sabemos como ha sido.

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