Para que tengamos una idea de la dificultad de la práctica democrática, no tenemos más que pensar en que llevamos miles de años ejerciéndola y seguimos encontrándonos con los mismos problemas que tenían los griegos y romanos cuando la inventaron. El problema se agudiza en nuestro caso, debido a que tuvimos unas largas vacaciones, nada menos que cuarenta años en una época crucial, en la que en los demás países seguían avanzando por el complicado camino de la democracia, mientras nosotros nos quedábamos estancados, cuando no, retrocediendo, porque no nos permitieron ejercerla en todos esos años, ya que teníamos el otro sistema; el de las elecciones por la gracia de Dios, y esto tiene sus consecuencias; cuando un deportista deja de hacer sus habituales ejercicios de entrenamiento, tarda mucho tiempo en recuperar su antiguo estado de forma y en ocasiones, no lo vuelve a conseguir jamás.
Aparentemente, vivir en democracia, no debiera tener muchos problemas; a falta de un líder que nos marque el camino, como hacen en la naturaleza todos los animales que no tienen facultades intelectuales y que por ello los llamamos irracionales, nosotros, en cambio, cuando hay que tomar una decisión, lo hacemos mediante una votación, y decide la mayoría que ha logrado más votos. ¿Verdad que parece sencillo?
Pero si comprobamos que, cuando hay cinco vecinos en una comunidad, no se ponen de acuerdo para arreglar la fachada de su casa, o cuando en una reunión de una serie de personas que tiene una afición común, como por ejemplo; el automovilismo, y para ello constituyen una federación y eligen a un presidente para que los representen, y te encuentras con que, a la hora de organizar las elecciones presidenciales, un candidato compite con su esposa para evitar que otros candidatos se presenten por "una tercera vía", como se deduce de las extrañas declaraciones que leí en La Región el pasado día uno de Septiembre sobre las elecciones de la Federación gallega de automovilismo, con el título “Corral se amarra al sillón”, compruebas que organizarse bajo el sistema democrático, tiene sus problemas.
Porque yo me pregunto, si para organizar una cosa aparentemente tan sencilla, como el funcionamiento de una asociación de personas que se suponen están unidas por una serie de interese y aficiones. ¿Hace falta tantas precauciones? ¿Por qué tratar de impedir que cualquier persona; sea funcionario, político, cura, médico o ministro plenipotenciario, se presente como candidato, siempre que no incurran en incompatibilidades con su cargo? Para terminar. ¿Cómo se puede intervenir en unas elecciones que se suponen libres por una “tercera vía”? ¿Cuál es esa vía? Esto no se le ocurrió ni a los independistas catalanes. ¿Es esa nuestra aportación al sistema democrático? Será un buen presidente, tal vez, pero una elección democrática, es otra cosa.
¿ Cómo pretendemos que funcione el sistema a nivel nacional, ya no digamos internacional, cuando entre nosotros, pongamos que, en plan doméstico, nos resulta tan difícil?
La respuesta puede estar en que la naturaleza no quiere saber nada de democracia, le gusta menos que a Franco, nada en ella es democrático, y todo lo que va en contra de las leyes naturales tiene este problema. Es difícil subir un puerto en bicicleta porque tenemos en contra la ley de la gravedad; es difícil tomar una curva porque la fuerza centrífuga nos expulsa, vayamos en un coche, tren o autobús; es difícil frenar ante un obstáculo imprevisto, porque la inercia no nos deja, y así.
Por eso siempre nos resultará difícil organizar unas elecciones democráticas, de la misma forma que siempre nos costará mucho esfuerzo subir un puerto en bicicleta, o navegar contra el viento en un velero.