Opinión

El Salus

Bueno, está claro de donde viene la abreviatura: de Salustiano, uno de esos nombres que no necesitaban apellido y que ahora no se llevan pero en otras épocas eran frecuentes, sobre todo en ciertos pueblos donde se heredaban los nombres de padres a hijos como cualquier finca o pertenencia, ahora, ya sabemos por donde van las modas, y estos nombres: Salustiano, Heraclio, Hermelinda, Eustaquia, Abundio, Euquerio, etc., ya solo quedan en el recuerdo. 

El Salus, como le llamaban todos los vecinos, se pasaba las mañanas y las tardes en la plaza del pueblo, de cuyo nombre no quiero acordarme, como diría el amigo Miguel de Cervantes, porque puede ser el de cualquier pueblo español, de cualquier zona o región porque la estupidez de esa guerra llegó a todos los lugares de esta sufrida tierra. Cuando hacía frío disertaba en el casino, de cualquier tema, le daba igual el fútbol que la política, la religión o el tiempo, pero sobre todo, donde se explayaba más, era contando sus andanzas en aquella maldita guerra en la que todavía no sabía muy bien como había participado, lo que si estaba convencido de que, de una forma o de otra, en un bando o en el otro, pues todo había podido ocurrir, lo que de verdad estaba totalmente convencido es que lo que había hecho en aquellos dos años en los distintos frentes en los que había estado, era hacer el gilipollas.

Esto lo enfrentaba con algunos contertulios, sobre todo con el Julio, el sindicalista, que había estado en el bando de los rojos y que tenía muy claro por lo que había luchado aunque tuviera que pasarse media vida callado y resignado por ser del bando perdedor. Esto pasa con frecuencia; lo que para unos es algo sublime, por lo que está dispuesto a todos los sacrificios, para otros, es una gilipollez, simplemente. Otro de los contertulios era Don Leandro, el cura con sotana y alzacuellos, como mandaban los cánones de la época. Nunca se recuperaría del trauma de ver como se quemaba el retablo medieval de su iglesia. Perdónales porque no saben lo que hacen. Y los había perdonado, porque alguno de los incendiarios todavía quedaba en el pueblo y él no lo había denunciado a la Guardia Civil que hubiera tardado poco en detenerlo. En aquellos tiempos la palabra del cura no necesitaba pruebas. 

Salustiano era un fumador profesional, yo creo que se había contagiado de las películas de Humphey Bogart que fumaba con aquel estilo que elevaba a un casi arte el hecho de fumar, esto solo se entendía en Hollywood y en el pueblo de Salustiano. Por esas cosas de la vida y de la muerte, a pesar de haber sufrido toda clase de privaciones y miserias, de haber bebido y fumado lo que no está en los escritos, a sus ochenta y tantos años no había probado el cloroformo ni el bisturí, nada, ni una triste intervención quirúrgica por una hernia, ni un lógico enfisema pulmonar por los cigarrillos que había quemado, nada, nada, más sano que un pero. ¿Cómo vamos a pedir un mundo más justo, si la naturaleza lo tiene organizado de esta forma tan cachonda repartiendo la muerte a su antojo y sin dar explicaciones? Mi amigo Moisés con 55 años, que nunca había fumado, que se cuidaba, comía sano porque era muy deportista, se lo llevó un cáncer de pulmón en pocos meses.

Salustiano al final, ya con más de noventa años, dejó de dar conferencias y de discutir con Julio el sindicalista, se murió debido a esa enfermedad que al final padeceremos todos si no nos morimos antes: la vejez, de esa no se libra nadie, no perdona, pero hasta el último momento estuvo lúcido y dispuesto a contar sus batallitas porque sobre todo, era un tío abierto y simpático. Estos personajes aparecen de vez en cuando, pueden ser de una ideología o de otra, de una zona o de otra, del norte o del sur, nacionalista, izquierdista o derechista, da igual. Así da gusto llegar a viejo/a.

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