Opinión

El último amor

Tengo una amiga de la infancia, por lo que no hará falta aclarar que ya tiene unos añitos, pero ya sabemos que a las señoras no se les lleva la cuenta, es una discriminación de género positiva, cierto, pero es así, que me confiesa, (no es exclusivo de los curas esto de la confesión) que está enamorada hasta las trancas de un señor, o señorito mayor. Por cierto, no sé dónde están ni que función tienen las trancas, pero “haberlas haylas”.

No estoy autorizado para dar más detalles del romance porque, entre otras cosas ( al margen de la ley de protección de datos que antes no existía, pero estaban más protegidos) que puedan afectar a la confidencialidad e intimidad de esta senior pareja de enamorados, no quiero cargarme la posible exclusiva que sin duda tendrán acordada con las revistas que llamamos del corazón, porque estas cosas se cotizan, ya lo creo, máxime, si son personas ilustres de la ciudad, como en este caso, porque, por mucho que insistamos en lo de la igualdad, las diferencias entre humanas/humanos siempre estarán presente en nuestras vidas, hasta el final de los días en este mundo y me temo que en el otro, u otros, si es que existieran o existiesen.

Hablar o escribir sobre el amor, tiene su punto, ya sabemos que lo ha hecho mucha gente; en prosa o en verso, musitando, gritando o suspirando, cantando o llorando, prometiendo fidelidad en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad, para siempre jamás, para siempre, para siempre, repetimos, hasta el infinito y más allá decía el otro, pero ya sabemos lo que pasa; como en la política, un gran porcentaje de estas promesas no se cumplen, sencillamente, así de simple, para qué nos vamos a engañar, solo en estas edades; en la tercera y siguientes, tendremos muchas más posibilidades de asegurar compañía, cariño, amor y fidelidad para siempre, de verdad, de verdad de la buena, amor mío, hasta que la muerte nos separe, hasta el final de nuestros días, sí, sí, podemos asegurarlo definitivamente. Es pura estadística.

En cierto modo, el de los jubilados, es el verdadero amor, no vinculado necesariamente a la incómoda pasión, ni con el sistema de reproducción, basado en esa trampa sexual del revolcón, que proporciona la continuidad de la especie humana. Ese injusto, pero tremendamente efectivo sistema que la naturaleza, dios o sus equivalentes, nos han adjudicado para reproducirnos, igualándonos en ese trajín introductorio a los perros, gatos o ganado vacuno, consiguiendo que el calentón de un casual asalto sexual dé origen directamente a un nuevo ser, logrando de este modo que la población del planeta siga creciendo a buen ritmo, a pesar de las catástrofes, guerras, pandemias y demás calamidades con las que estamos condenados a convivir.

No es un sistema serio, hay que admitirlo, es una trampa basada en el placer de un acto sexual de la pareja humana, muy parecido por cierto, pero con menos dibujos, eso sí, al que realizan otros animalitos, aunque les llamemos irracionales, pero tendremos que reconocer que los que organizaron el tinglado no han tenido otra alternativa para lograr la continuidad de la especie humana, viendo el fracaso que habían tenido con los dinosaurios, que se extinguieron, no por la acción de un meteorito, como sostienen muchos autores, que no cito, para que no se piquen, sino que, como sostiene un servidor, sin estudios ni pruebas, eso también, al reproducirse por huevos (externos) como las gallinas, y como eran unos cachondos, no los cuidaban y los abandonaban (los hay fosilizados por todas partes) como haríamos los humanos con el mismo sistema, y también nos hubiéramos extinguido hace tiempo, como ellos.

Porque, para reproducirse de este modo, hay que ser muy serios y muy responsables, como son las aves, ya sean perdices o cigüeñas, que se reproducen únicamente por la responsabilidad de las parejas que casi todas se alternan, el macho y la hembra, calentando los huevos ininterrumpidamente durante muchos días, con independencia de un lejano y corto acto sexual que sostuvieron en su día. Está claro que las humanas y los humanos no seríamos capaces de hacerlo, terminaríamos tirándonos los huevos a la cabeza en cualquier discusión.

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