Opinión

El velo

Estos viajes que hacen algunas mujeres occidentales a países árabes desafiando las leyes y costumbres de países como Arabia Saudí, vistiendo al modo europeo, me recuerdan mucho a los que hacían las suecas a mediados del siglo pasado a nuestro país, exhibiendo sus bikinis, shorts y minifaldas por nuestras ciudades playeras, cuando aquí seguían vigentes para las mujeres, la falda por debajo de las rodillas, el velo en las iglesias, el control de confesionario y comunión, el qué dirán si nos ven, o el certificado de buena conducta.

En el reciente viaje que hizo la presidenta de la comunidad de Madrid, señora  Ayuso, a Yeda, (Arabia Saudí) con motivo de la final de la súper copa de fútbol que enfrentó a los dos equipos de la capital, Real y Atlético de Madrid, se presentó ante el público y autoridades locales que presenciaron el partido, sin el obligatorio velo para las nativas que llevan las mujeres en ese país, e hizo unas declaraciones en las que reivindicaba la libertad de las mujeres para vestir sin someterse a esas humillantes leyes que les obligan a llevar velos, burkas y otras vestimentas disuasorias sexuales para evitar las tentaciones a los machos del lugar que les imponen las retrógradas leyes de esa religión que no ha evolucionado todavía al paso de los siglos.

Cuando añadimos la religión a los complicados sistemas que tenemos los humanos para organizar nuestra convivencia, ya sea por medio de teocracias, democracias, dictaduras o locuras, el desastre está asegurado. En principio la idea es buena; las religiones se inventaron para tratar de neutralizar las injusticias que la naturaleza nos tiene preparadas todos los días desde que amanece, matando indiscriminadamente a una serie de habitantes del planeta allí donde le toque y le pete, sin que sepamos los motivos ni nos dé explicaciones de por qué pone en marcha un día cualquiera y en una zona cualquiera; un terremoto, tsunami, huracán o un volcán, llevándose a miles de personas que pasaban por allí o repartiendo a discreción; surtido de virus y mosquitos, ébolas, sidas, cánceres, infartos, derrames o muertes súbitas sin darnos más alternativas que felicitarnos de que sigamos en activo, o llorar por los que ha llamado a ese conjunto vacío a donde nos iremos todos, ah, se me olvidaba, y todas, incluidos los ministros y ministras, vicepresidentes y vicepresidentas, y así. 

A diferencia de lo que pasa en la naturaleza; que ni se arrepiente, ni justifica, ni se somete a ningún tribunal, (esto me recuerda a algunos) por muchas tragedias que organice, los humanos, desde la noche de los tiempos, intentamos averiguar el porqué de las cosas y si podemos, tratamos de evitar el problema cuando se presenta una acción que consideramos injusta, de esta forma, si sabemos que una persona, (en este caso, sería un individuo) quiere matar a otro, hacemos todo lo posible para evitarlo pero si al final lo consigue, juzgamos y castigamos al culpable, pero cuando las muertes las produce la naturaleza, y produce muchísimas, como no podemos juzgarla ni castigarla, porque no le podemos físicamente y es que al final, cuando surge el conflicto, se impone la física, decimos que es un hecho natural, la dejamos por imposible, tratamos de entenderlo y de ayudar a las víctimas, nos resignamos, nos consolamos, nos lamentamos y después, nos ponemos a rezar. Así es como los humanos inventamos las religiones.

Y la cosa ha ido funcionando más o menos durante siglos, y en nombre de los respectivos dioses, profetas, chamanes o iluminados de las distintas religiones, creencias, sectas o adiciones, se han hecho muchas cosas, se han librado muchas batallas, se han hecho muchas heroicidades y también muchas salvajadas, ha habido muchos mártires y muchas víctimas inocentes aunque siempre creyendo que era el camino y la forma de encontrar algún sistema que nos permitiera vivir con un poco de paz, dignidad y de justicia, en un mundo impredecible y lleno de dificultades e injusticias, recurriendo para ello a cruzadas, martirios, crucifixiones, resurrecciones, milagros, bendiciones, premios y castigos, cielos e infiernos, ángeles y demonios, bulas, burkas, velos y demás ocultaciones, hasta que la muerte nos separe y se disipen para siempre las inquietudes, las dudas y las incertidumbres. Amén.

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