Opinión

Empresas de protección oficial (E.P.O.)

Este término, protección oficial, es antiguo, tradicionalmente está asociado a la vivienda: (V.P.O., viviendas de protección oficial). En tiempos de Franco se les conocía también como las “ casas baratas”, destinadas a proporcionar una vivienda, ya sea en venta o en alquiler, a los ciudadanos con las rentas más precarias. En el portal de la entrada a estas casas, en su parte superior, tenían un cartelito que, en tiempos de la dictadura franquista, lucían el logotipo del yugo y las flechas de la Falange o del glorioso Movimiento Nacional, que en paz descansen los dos, anunciando esta condición de vivienda protegida o subvencionada por el estado por si hacía falta aclararlo.

Algo parecido, contemplando el tristísimo panorama económico de nuestro tiempo, habrá que hacer con las empresas, poniéndoles también en la fachada una placa: Gobierno de España, como en las vacunas, que nos indique su condición de empresa subvencionada, protegida, o lo que Vd., prefiera, para que se las distinga de las tradicionales, de las clásicas, de las heroicas, le podemos llamar en estos tiempos de penuria, tal como están las cosas. 

Esas empresas que han nacido de la iniciativa, ideas y proyectos de uno o varios socios emprendedores o emprendedoras que, con su esfuerzo, dedicación y entusiasmo, poniendo su capital en el empeño, tratan de abrirse camino en este competido mundo empresarial de hoy que tiene que enfrentarse a tantas dificultades y problemas, ya solo les faltaba la pandemia del coronavirus, que, en muchos casos, va a suponer su desaparición.

El primer problema surge cuando compruebas que estas empresas de proyecto, capital y esfuerzo privado que nacen, más bien nacían, porque el personal ya se ha rendido y prefiere apuntarse a vivir del presupuesto nacional, ya que tienen el mismo derecho que todos estos que, cada vez más, viven de él, que ponerse a crear una empresa para que entren en ella a saco, no solo los que le revientan la persiana por la noche y la desvalijan, si no también, los que, entre costes, controles, inspecciones e impuestos, consiguen que no alcance la imprescindible rentabilidad que le permita sobrevivir. 

El panorama es desolador, tanto para el que tiene dinero, como para el que no lo tiene. Bueno, para éste es peor, mucho peor, claro está, porque se encuentra cada día con la sospecha de que ha elegido mal el camino para lograr una vida digna en nuestra compleja y acomplejada sociedad, basado en el tradicional y clásico esquema: trabajo, estudio, seriedad y responsabilidad, si no que comprueba que, con demasiada frecuencia, ve que pudiera tener más y mejores oportunidades siendo un cafre, un memo, un imbécil o tal vez, un delincuente, porque siempre podrá encontrar quien lo apoye y promocione en estos tiempos de incertidumbre y estupidez.

Para el que tiene dinero (nunca hubo tanto y tan poco retribuido), nos encontramos con que prefiere comprar bitcoins o meterlo debajo del colchón, que intentar poner en marcha algún proyecto que pueda generar riqueza y crear algún puesto de trabajo. Tal es la desmoralización y la nula confianza en el sistema que regula la actividad económica, industrial y comercial en nuestro país. 

La mejor demostración del desastre económico y empresarial que tenemos y que probablemente se agrave, la tenemos en la cotización de las letras del tesoro, para el que busca la seguridad, o la, no sé cómo definirlo, inversión en el bitcoin, o afines, para el aventurero, esperando que no se ponga a llorar ni reclame al viento cuando reviente. Nunca hubo tanto pesimismo, engaño e incertidumbre.

Tal vez sea un reflejo del ambiente político que nos inunda, pero en democracia, tenemos solución, tiene arreglo, por eso que no debemos desmoralizarnos, solo hay que saber votar, aprendiendo de una vez, que; si votamos a fulanito o fulanita, es lo mismo que si lo hacemos a éste o ésta, que solo tienen un diez por ciento de los votos, pero que son los que dan el coñazo y tiene la sartén, pero ojo, que también son “contingentes”, como diría el recordado amigo José Luis Cuerda, y tal vez necesarios, porque con la unanimidad, ya sabemos también lo que pasa.

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