Opinión

El error de cada día

Las palabras de Carlos Sainz al producirse el accidente que ha terminado con su participación en el Rally Dakar han sido éstas: “Fue culpa mía, me equivoqué, lo siento”. Esto tan sencillo, claro y contundente nunca lo escucharemos a un responsable político; y aquí hay paridad, sirve para la señora y para el caballero. No hay forma de que oigamos algo parecido a ningún dirigente masculino, femenino o neutro y no será por la falta de oportunidades para poder hacerlo, da igual que sea Putin, éste, el otro o la otra, da igual que sea Trump, Biden o Bolsonaro, da igual, al contemplar cada día las actuaciones de nuestros representantes políticos, en cualquier hemisferio, en cualquier país, con errores inoportunos e ingenuos unas veces, y en otras, en las que únicamente encontramos alguna explicación, viendo que el motivo no es más que una demostración de odio, resentimiento, venganza y mala leche hacia el adversario. Aquí está claro que no hay el mínimo espíritu del Dakar. Entre otras cosas, no sería rentable.

Al mismo tiempo, tendremos que reconocer que no hay afición ni deporte mejor posicionado, que el del mundo del motor, sobre todo en los raid, rallis, para que se produzcan estas situaciones tan tristes y, en ocasiones, dramáticas, donde en unos segundos se truncan todas las expectativas y te quedas tirado en parajes insospechados. Pueden ser en una espléndida mañana en el desierto de Arabia o, tal vez, en una fría noche de los Alpes, enterrado en la nieve del Burcet, a 20 grados bajo cero, cuando el único consuelo, y no es poco, es poder comprobar y felicitarte de que te puedes levantar, hacer unas flexiones y asegurarte de que tú y tu acompañante podéis seguir respirando. Terminaron las prisas, se paró el cronómetro, y bueno es que, en este caso, había sol y un helicóptero; en otros, ni eso, la soledad, el frío y la noche. 

Es tan paradójica y contradictoria la situación y las circunstancias de este accidente de Carlos Sainz, en el que, si no fueran por las medidas de seguridad del Audi, al pasar de más de cien kilómetros por hora a cero en menos de un segundo, las consecuencias serían dramáticas para los pasajeros, que podríamos pensar que con un poco más de velocidad en el salto de aquella duna, el coche podría planear mejor y no caer en picado como si de un avión en pérdida se tratara, cuando en la etapa anterior le retiran la victoria por haber rebasado la velocidad permitida en un control. Ya no va más, no puede haber más paradojas, incongruencias, contradicciones, sacrificios y putadas como las que produce esta afición. 

 Pero la vida es así, las aficiones no se eligen; en tal caso te eligen ellas a ti. Siempre será un misterio el descubrir cómo una niña o un niño se aficionan a un deporte, se declaran de una ideología determinada, les gusta leer o prefieren pintar, cantar o bailar. Algunas veces, como en el caso de los Sainz o, en el campo de la política, en el de Pablo Iglesias, podemos decir que es hereditario, pero en otras no, al contrario, pueden ser antagonistas, como en el caso del otro de Podemos, el sr. Monedero, que su padre es un convencido derechista, conservador, franquista, facha o como quiera que califiquemos a los que no pertenecen al otro bando, a la otra mitad, porque esto, ya se sabe, va siempre de mitades, da igual que sea entre los jueces de un alto tribunal, que en las elecciones en Brasil, Perú o España. Da igual, siempre al 50%.

Puede que surja la pregunta. ¿Y esto por qué? Muy sencillo, porque está organizado así por la naturaleza y sus socios, los mismos que tienen la llave de los terremotos, volcanes, vientos, lluvias, virus e infartos, los mismos que nos demuestran cada día que ellos, y solo ellos, van a decidir si calientan una zona o inundan otra del planeta, al margen de que andemos en coche o en bicicleta (a mí, como si se operan, dirá el encargado de los volcanes, es decir, de la contaminación), si alteran el eje de rotación o la velocidad de desplazamiento en el sistema solar. Y algunos ingenuos pretenden embarcarse en esa nave espacial donde están los mandos.

¡Coitados!, que en gallego -y creo que en portugués- viene a ser algo así como: ¡pobres!

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