Opinión

Estado de resignación

Sí, porque lo de estado de alarma, ya no tiene sentido. Como su nombre indica, alarma, está bien para la primera vez, es una llamada, un aviso para anunciarnos que hay un incendio, una inundación, que viene el lobo o así, pero una vez que ya estamos avisados y se ha producido lo que nos anunciaban, pasamos directamente a otro estadío; ya no suenan las sirenas, ni se encienden las luces de emergencia, ni tañen las campanas a no ser por el lánguido toque de difuntos. Ya hemos sido alertados, ya nos hemos enterado, ahora lo que estamos es confinados, cabreados, dolidos, jodidos, agobiados o lo que ustedes quieran, pero alarmados, lo que se dice alarmados, no le estamos en absoluto, ay, no señor, no le estamos, ya nada nos sorprende, estamos preparados para lo que venga. Los que rezan ya sabían desde siempre, porque se lo habían enseñado desde pequeñitos, que este mundo era un valle de lágrimas, y los que no rezan, por lo que sea, sin entrar en detalles, también sabían que en tiempos de miseria, aparecen siempre estos personajes miserables que saben sacar ventaja de los momentos de tristeza, mientras llora el personal.

Me gusta más el término empleado por los portugueses; estado de calamidad, parece más apropiado, más estable, sirve para todas las prórrogas, en nuestro caso, viendo los acontecimientos, me inclino más por llamarle; estado de resignación, pero es solo una sugerencia, no crean, aquí no le vamos de mando único, ay, no señor, no, que bien que les gusta a éstos, mucho criticar a su excelencia, el del Ferrol, pero anda que a estos nuevos caudillos, no veas, no es que les guste, es que les entusiasma; cómo regulan los horarios; “mamma mía”, con qué detalle, con qué lucidez y dedicación; hasta las siete, hasta las diez, desde las tres. las distancias; hasta donde podemos llegar, con los niños, con los mayores, en el coche, en la bici, en el patinete, hasta un kilómetro, hasta la provincia, hasta... el más allá. 

Cuánta pretensión, cuánta ineptitud, que ni siquiera han sido capaces de contratar a cuatro fábricas en nuestro país, con el paro que tenemos, y se traen hasta los bastoncillos para meter por la nariz en avión, vaya por dios. Se pasan la vida hablando de libertad, criticando el autoritarismo y mandan a la guardia civil a que revisen las banderas en los coches, de llorar. Al menos el otro decía que era por la gracia de dios, qué cosas. Por eso que, ante tanta inmundicia, ante tanta mentira, miseria, chapuza y mierda, al fin; o nos cabreamos, pero de cabreo, cabreo, o nos resignamos; “pois sí”, que no es exactamente; pues sí, aunque se parezca, porque en gallego, “xa me entendes”, tal vez no sea lo mismo y entonces va, y nos resignamos, nos quedamos confinados y resignados.

Resignados con nuestro destino, con nuestro país y con nuestros muertos, que son muchos, cierto que la muerte ya existía antes del coronavirus, pero cuando, a la hora de los muertos, sobre las once de la mañana, sin librar sábados ni domingos ni fiestas de guardar, nos dicen los que han fallecido en las últimas veinticuatro horas, ya casi nos parecen pocos porque ayer eran más, cada uno con sus nombres y sus apellidos, cada uno con su vida, con sus sueños, con sus alegrías y también con sus penas, tal vez, pero seguían respirando, seguían resistiendo los pobres, y los ricos, porque aquí si que hay igualdad, sin necesidad de ministerio, mientras este puto virus de todos los demonios se los sigue cargando a cámara lenta, el cabrón, como cachondeándose de todos los esfuerzos, de toda la ciencia, de todo el capital, de todos los medicamentos, y de todos nosotros.

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