Opinión

La hora del estornudo

En este confinamiento medieval sin fin, que ninguna democracia contemporánea, al margen del régimen chino que es otra historia, ha osado llevarlo hasta los extremos que nuestros nuevos caudillos lo están haciendo, (antes, al menos, era uno solo y por la gracia de dios, tú, y encima estos no se lo agradecen, tío, tía, pero se están aprovechando descaradamente de nuestro antiguo entrenamiento en aguantar lo que nos echen) fijando fechas de finalización de las cuarentenas y demás limitaciones a esa libertad que tanto hemos buscado, sin tener en cuenta siquiera lo que están haciendo nuestros países vecinos, aún formando parte de la comunidad europea, haciendo honor a nuestro genuino y tradicional “Spain is different”, nos hemos acostumbrado a seleccionar unos horarios que ya forman parte de nuestra rutina diaria.

La hora de los aplausos; aunque ahora parece que va decayendo un poco, cuando desde las ventanas, a las ocho de la tarde nos acordamos de los que más han arriesgado en estos cruciales momentos. La hora de las caceroladas; a las nueve de la noche; que curiosamente empezaron promovidas por Pablo Iglesias para protestar contra el rey, qué cosas tiene la vida, ahora, y como un nuevo episodio del efecto bumerán, se han convertido en una protesta de parte de la ciudadanía contra sus autoridades. La hora de la estadística; donde nos van dando el parte diario de las víctimas de esta tragedia, antes era por la mañana y ahora lo hacen a media tarde, con el propósito de que los datos sean más exactos, porque llega un momento en que con tantos robots, tantos ordenadores y tantas ansias de encontrar explicaciones a lo que niegan las evidencias, que ya no sabemos ni contar las víctimas, y las diferencias entre lo que dicen unos y lo que dicen los otros se parecen cada vez más a las que ofrecen los distintos interesados a la hora de cuantificar a los que van a una manifestación.

Además, en mi caso particular, tengo reservada una hora, un tiempo, para un estornudo, a veces dos. No me había fijado hasta ahora, pero resulta que todos los días se me presenta un inesperado estornudo, eso sí, sonoro, contundente, heredado de mi padre, con la particularidad de que nunca puedo calcular la hora en que aparece. Esto, que en tiempos normales, siempre me pasó desapercibido, ahora, con la coña esta del coronavirus, puede ser causante de un estallido social si se le ocurre aparecer cuando, a pesar de las distancias, tenga espectadores.

Hay que ver lo que discurre la naturaleza, el curioso mecanismo del estornudo, en estos tiempos de confinamiento, miedo e histerismo, puede llegar a ser considerado como una auténtica bomba de relojería. Según leo en esa enciclopedia que; como diría Antonio Escohotado, todos llevamos en el bolsillo, en el móvil, el estornudo, que ya existía antes del coronavirus, debo aclararlo, porque ahora hay gente que se espanta, como si fuera un invento de última generación, es un acto reflejo, convulsivo, de expulsión del aire desde los pulmones que sale disparado por nuestra nariz a 50/70 kilómetros por hora. !Jesús¡ Como se decía antes. Todo este complicado mecanismo lo ha previsto la madre naturaleza para que los vecinos que puedan estar en las proximidades puedan participar de nuestras miserias. 

 Nunca sabremos por qué la naturaleza que es tan sabia, no ha proyectado algún mecanismo parecido al estornudo para que las cosas buenas que podamos tener; salud, sabiduría, inteligencia, dinero, etc. se pudiera expandir a los vecinos que estuvieran cerca, sería fabuloso que algo así se pudiera contagiar, pero no, todo está preparado para que los contagios sean solo de cosas malas, una pena, como con las plagas, nunca veremos una invasión de percebes, ostras ni merluzas, pero si de virus, moscas, mosquitos y garrapatas. Esto está organizado así, por eso pasa lo que pasa, en todos los aspectos, incluso en aquellos en los que seguramente estamos pensando en estos momentos ustedes, y yo, pero que no los vamos a nombrar no sea que nos clasifiquen.

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