Opinión

La fe y las vacunas

Creer lo que no vemos, eso se dijo siempre que era la fe, creer, creer y creer, eso es tener fe, lo demás son monsergas, por cierto, una palabra que ya casi no se usa, se la escuchaba a mi tío Serafín, el cura de Barbadás en tiempos del Biscúter, déjate de monsergas, me decía, mientras bajábamos hacia la iglesia ya cerca de Pontón. Según el diccionario de la RAE, la palabra monserga, es una “exposición o discurso fastidioso, pesado o repetitivo”. No entiendo cómo no la usamos con más frecuencia, dadas las circunstancias actuales, donde tenemos que desayunar cada mañana, no ya con discursos fastidiosos, pesados y repetitivos, no, no ¡Que va¡ Con bobadas, estupideces y barbaridades de todos los calibres. 

Los de nuestra generación; sí, sí, la de los viejos, me vengo arriba con esto de los viejos, viejas y viceversa. Ya está bien de presumir de jóvenes y “jóvenas”, quitarse años y aparentar juventud, cuando a eso puede llegar cualquiera, hemos vivido desde nuestra niñez, sobre todo niñez y adolescencia, con una gran dosis de fe, en todos los sentidos; desde creernos a pie juntillas los principios fundamentales del movimiento y su unidad de destino en lo universal, prietas las filas y banderas victoriosas, hasta los misterios, profecías, milagros y bendiciones apostólicas que presidieron nuestros primeros pasos por el mundo de la razón y de la sinrazón. A partes iguales.

Termina uno por no saber bien con certeza, cuando vas de retirada, si ha sido bueno y sigue siendo bueno, malo o regular tener fe. Con el transcurso del tiempo y viendo los acontecimientos, lo que se va abriendo paso, cada día más, es el camino de la duda, y uno se queda asombrado al ver cómo hay gente que no duda ni por un instante y sabe perfectamente, y además con entusiasmo, que la vacuna es buena, casi los mismos que están seguros de que la vacuna es mala, regular, o no sabe, no contesta. 

Esta pandemia del coronavirus es una cuestión de fe, porque el virus no se ve, y en esa falta de visibilidad es donde la fe juega su partida, cuando vemos que es una rata, mosca, o mosquito lo que transmite la enfermedad, como en la peste bubónica o el dengue, por ejemplo, no hay negadores de esa pandemia, pero cuando no vemos a ese silencioso e invisible virus que va por el mundo repartiendo fiebre y muerte sin que nos enteremos hasta que nos metan el respirador por la garganta, es cuando surgen las dudas.

Cómo todo en la vida, también la fe tiene su dosis. Trump, tiene demasiada fe en sí mismo y no admite que pueda haber gente que no acepte sus propuestas y que no lo haya votado, me robaron las elecciones, dice, y se morirá sin admitir la derrota, porque estos viejos tozudos, que por aquí tenemos “ dabondo”, son los que dicen aquello de que, “si volviera a nacer, volvería hacer lo mismo”. Afortunadamente, no vuelven a nacer. 

La democracia, como la religión, el derecho o cualquier sistema que utilizamos para entendernos en este mundo, son inventos de los humanos para tratar de encontrar una forma de vivir que sea más justa que la que nos ofrecen las leyes naturales donde no hay elecciones, oraciones, promesas ni compasiones, por eso todos estos inventos son muy difíciles de conseguir que funcionen bien porque van en contra de lo establecido por la naturaleza.

De todas formas, para habitar en un mundo que se formó a base de terremotos, erupciones, inundaciones, glaciaciones y calentones, con fuego en su interior, tampoco nos ha ido tan mal, creamos, de creer, bueno, también de crear, por qué no, y al mismo tiempo, tengamos fe, pero ojo, sin pasarse, porque después pasa lo que pasa.
Yo todavía creo en la esperanza, como escribió el recordado José María Díaz Alegría, el hermano jesuita de aquel general delgadito que se enfrentó a Tejero en el asalto al Congreso, parece que fue ayer en el Capitolio, pero no, era el año 1981. ¡Cómo pasa el tiempo¡

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