Opinión

La guerra silenciosa

Viendo el panorama social y económico que en pocos días está dejando la pandemia del coronavirus a nivel mundial, haciendo caer las bolsas, la actividad comercial y colapsando los centros hospitalarios a niveles desconocidos e imprevisibles hasta el momento, creando, al mismo tiempo, un ambiente de inquietud y pesimismo que supera con creces al que correspondería únicamente a nivel sanitario, es fácil pensar que los fabricantes de armas, bombas y misiles estén pensando en que en el futuro, en lugar de fabricar proyectiles con explosivos, les va a resultar más efectivo, viendo los resultados, rellenarlos con una selección de estos virus invisibles y silenciosos que, sin hacer ruido ni destruir casas, puentes ni otras estructuras, pueden liquidar directamente a los habitantes, dejándolos inertes en sus hogares viendo tranquilamente la televisión y no dejando esparcidos sus restos entre los escombros de sus viviendas como pasa en las guerras convencionales, consiguiendo además, ( algo muy importante a efectos económicos, ya que son los que más recursos necesitan) seleccionar a sus víctimas, ya que, de acuerdo con las estadísticas, si bien este “viruejército” invisible, silenciosos y galopante, puede ocasionar víctimas de todas las edades, a los viejos los tiene enfilados en su punto de mira, dispuesto a llevárselos a todos por delante. Esta discriminación tan sofisticada no hay tanque, bomba ni misil que lo programe, por lo que creo que en cuestiones guerreras se producirá un antes y un después de esta crisis del coronavirus. 
Bien pensado, en esto de las guerras, al margen de los importantes cambios que se han producido en cuanto a los sistemas y armas que tradicionalmente se han utilizado, desde la noche de los tiempos, para que los humanos se puedan liquidar entre ellos, pasando de las lanzas, flechas y arcabuces, a los fusiles, bombas y misiles, en el fondo, no ha habido grandes cambios; da igual que hablemos de Troya, Numancia, Belchite, Stalingrado o Hiroshima, da igual; para matar a sus habitantes, se destruyen sus ciudades y sus casas “no dejando piedra sobre piedra” como ya nos contaban en la Biblia el Lucas y el Mateo hace muchos años (mi amigo José Luis D. Cortizo, estará de acuerdo conmigo). Es decir, esto viene de largo. 


Por eso creo que los cerebritos que se dedican a estos menesteres armamentísticos, a partir de ahora, y viendo los increíbles resultados que a nivel global (para los que no creían en esto de la globalización y construían muros e independencias para aislarse de los pobres desgraciados) está consiguiendo, y los que se espera, este increíble e invisible bichito, el COVID-19, se dedicarán a investigar y profundizar en la guerra bilógica, dejando a un lado las armas convencionales que, entre otras cosas, hacen mucho ruido, contaminan el medio ambiente y además dejan unas patéticas imágines muy poco presentables ante la prensa. 


Si aquel 6 de agosto de 1945, en lugar de la bomba atómica que dejó desolada a la ciudad japonesa de Hiroshima, le tiran algunas bombonas con virus seleccionados de ébolas, gripes y vecinos, hubiesen conseguido liquidar al mismo número de víctimas, o quizás más, que al final es de lo que se trata en todas las guerras, sin tener que ofrecer al mundo esas espantosas fotografías de edificios abrasados, hierros retorcidos y cadáveres irreconocibles por toda la ciudad que aún hoy en día son un claro ejemplo de hasta dónde puede llegar la barbarie humana.


De ahora en adelante la vida, las cosas y las guerras ya nunca serán lo mismo, los efectos de esta crisis, viendo los bares de Madrid cerrados, que no cerraron ni en la guerra, en una reluciente mañana de un sábado de esta adelantada primavera del 2020, no serán solo lo que pueda pasar en los próximos días, semanas o meses, será el profundo cambio en la mentalidad de la gente que, después de mucho tiempo, ha descubierto que quedándose en casa, no hacen falta restaurantes, cines, teatros, cruceros, trenes, coches ni aviones porque, como con el síndrome de Estocolmo, cuando no te dan otras opciones, das gracias al carcelero de que te permita seguir respirando, comiendo y lo otro, para lo que solo necesitas el “burato” donde poder hacerlo… y el papel higiénico, de ahí su escasez.


Pero, como diría el Díez Alegría, yo todavía creo en la esperanza y que pasado un tiempo, poco, volveremos a la bendita rutina, porque la vida sin alegría, proyectos e ilusiones, con miedos e histerias, sin saludos, abrazos, besos ni cariños, no es vida.

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