Opinión

La sentencia

Supongo que los primeros inventos que se le ocurrieron al “homo sapiens” y señora al despertarse y contemplar el complicado panorama con el que tenían que enfrentarse cada mañana temprano, estaban relacionados con el intento de encontrar la forma de organizar la manera de vivir entre las vecinos que formaban su comunidad.

Como de costumbre; sin la menor base científica y, por ignorancia, no crean que es por otra cosa, sin poder citar a ningún prestigioso autor o autora, creo que lo primero que se les ocurrió a los humanos, fue inventar el Derecho. Una serie de normas que hicieran posible la convivencia entre ellos y ellas sin tener que andar a leches todos los días. De esta forma, supongo que aparecerían algunas inscripciones o señales en los árboles, rocas o pergaminos de los alrededores del poblado que dijeran algo así como; se prohíbe robar, pegar, matar, escupir, defecar en la vía pública, antes de entrar dejen salir, etc., es decir, unas normas elementales que nunca se imaginaron que pudiera ser tan complicado el poder aplicarlas, porque enseguida aparecieron los que reclamaban la libertad de expresión, el derecho a decidir, la legítima defensa, la seguridad jurídica, las pruebas y demás requisitos necesarios para poder dictar la correspondiente sentencia.

En vista de estas complicaciones, y tratando de superar el desencanto y la frustración que les produjo su primer invento, lo siguiente que se les ocurrió a los humanos, digo yo, solito, eso sí, fue el invento de la religión, que en principio era una sola, única y verdadera, pero que, como pasa con todos los inventos, negocios o vacunas, después vinieron más, muchas más, pero de todas formas, con la religión, al menos con la nuestra, ya no hacen falta pruebas, testigos, jueces, guardias, cárceles, fiscales ni abogados. Simplemente un cura y un confesionario.

Esto que narro, es un decir, sucedió hace muchos, muchos años, de acuerdo, pero, si comprobamos que en la actualidad, aplicando nuestras vigentes leyes objetivas, no tenemos claro ni sabemos con certeza, si un jugador de fútbol tiene que pagar 700 millones de euros, o irse por la patilla o por la cara, o si unos herederos pueden vender o no, un pazo que les ha dejado su abuelo al morirse, porque al final los abuelos, aunque sea sin virus, se mueren todos, sin excepción, siempre, aunque sea un caudillo, es que tal vez ha llegado el momento de volver al confesionario.

La magistrado juez (no sé que dirán las del género) de A Coruña, doña Marta Canales Gantes, ha necesitado 390 páginas para dictar una reciente sentencia trabajada, minuciosa y magistral sobre la demanda de la Administración del Estado contra los herederos de Franco, en que, en resumen, sostiene que la donación en su día, del Pazo de Meirás, se hizo a favor del jefe del estado en aquellas fechas, año 1938, y no a título personal, algo que debiera ser de sentido común, de la misma forma que el palacete de la Mareta, la residencia de Lanzarote, que el rey Hussein de Jordania, donó a Juan Carlos, es propiedad del Patrimonio Nacional y así la utilizó recientemente el señor Sánchez en sus vacaciones, como también hace dos años se subastó un Ferrari que le habían regalado, creo que se adjudicó en algo más de 100.000 euros que se ingresaron en Hacienda. Solo le ha quedado el efectivo, la vejez y la soledad. Pobre.

Cuando se mezcla el dinero con la política, la patria y ya no digamos, con la religión, el lío está servido, ya sea el papa, el rey, presidente, gobernador o alcalde. Por eso, de vez en cuando, nos mandan un coronavirus de éstos, que no creen en derechos ni religiones, para poner las cosas en su punto.

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