Opinión

Lenguaje incomprensible

Hubo un tiempo en el que las canciones decían algo, enviaban un mensaje o reflejaban el estado de ánimo de los protagonistas de una historia de amor; podría parecernos romántico, tierno, triste o alegre, pero lo entendíamos, tú, comprendíamos lo que nos decían en aquella canción que sonaba por todas partes. Por ejemplo: “Te quiero más que a mi vida”, cantaba un enamorado o enamorada (aquí hay paridad, eso sí, como en los ministerios) de verdad. “Espérame en el cielo, cariñito adorado”, está claro, se le murió el amor, solo le quedan los recuerdos. “Están clavadas dos cruces en el monte del olvido, por dos amores que han muerto, sin haberse comprendido” también lo entendemos, tío, tía, el clásico amor que recordarás siempre hasta el final de tus días y que has dejado escapar por gilipollas, aunque ya nunca podrás saber el final de aquella hipotética película. 

Cosas así, tal cual, de la vida y de la muerte, del amor y de la pasión, del querer y del olvido, cosas así, sencillas, normales, cotidianas, que todavía estos ministros y ministras de nuestros pesares aún no se han atrevido a regular, pero que cualquier día lo intentarán, impartiendo las fórmulas mágicas para poder repartir -con igualdad, eso sí, que no falte “igualdá”- la amistad y el desprecio, los besos y las distancias, los abrazos y las hostias, por zonas y por barrios, por el mar y por la montaña, dependiendo de las clases sociales y de las tendencias ideológicas de ellas, ellos, elles y demás especies. Todas y todos iguales, todas y todos felices, sí, sí, es posible que algún día podamos repartir la riqueza, de acuerdo, pero ¿cómo vamos a repartir la salud, la sabiduría, el ánimo, la pereza, la ilusión, la desidia, la mala leche o la mala cagada, que hasta para el puto desove hay diferencias? 

Ya digo, eran otros tiempos, cosas de viejos, dirán, cosas de viejos, sí, sí, de acuerdo, de viejos; pero cómo dice aquel vejete que protesta en la tele por el cierre de bancos, no idiotas, aunque a veces podamos matizarlo y admitir que merecemos algunas calificaciones que, como los pimientos de Padrón, unas pican (o duelen) y “outras non”.

Con la cantidad de lenguas que tenemos por estos lares, ninguna nos ha valido para componer una canción con la que acudir a Eurovisión, vaya por Dios, y supongo que, después de mucho esfuerzo, y en colaboración con grandes letristas internacionales, han logrado ésta. Su título: “SloMo”, ya empezamos, bonito, bonita, ya nos da una idea.

Let’s go! Llegó la mami./ La reina, la dura, una bugati./ El mundo está loco con este party./ Si tengo un problema no es monetary./ Yo vuelvo loquito a todos los daddies./ Yo siempre primera, nunca secondary./ Apenas hago doom, doom/ con mi boom, boom…/ Y no se confundan, señora y señore…

No, no, querida, ¡qué va! ¿Cómo nos vamos a confundir? Cariño, está clarísimo, la Torre de Babel se paró, hizo stop, boom, boom, por mucho menos motivo. Doom, doom. Como sigamos mucho tiempo por este camino de lenguaje inclusivo, por no decir tonto, de luchas de lenguas, hasta el punto de que ya ni sabemos con cual expresarnos, y de mezcla de idiomas, llegará un momento en el que nos dé pereza abrir la boca para otra cosa que no sea comer, beber... o bostezar.

Boom, boom.

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