Opinión

El mal ejemplo de algún que otro viejo

La palabra viejo, inexplicablemente, tiene muy mala prensa, no suena bien, es más, en muchas ocasiones se asocia a un insulto y no lo entiendo, porque, si llamamos niño, niña, o joven, a una persona, aunque ya no lo sea, todo el mundo lo entiende como un halago o un piropo, pero cuando decimos viejo, ya no digamos vieja, nos parece vejatorio y despectivo, cuando debiera ser un motivo de orgullo y felicitación, porque a niños y jóvenes puede llegar cualquiera, pero a viejo, solo los afortunados que seguimos en esta carrera de la vida en la que participamos todos y en la que ya no compiten otros muchos compañeros que también habían estado en la línea de salida al mismo tiempo con nosotros.

Pues bien, por si todavía hiciera falta aclararlo, ya que estamos en una época donde todo se cuestiona y se discute, a partir de una cierta edad, pongamos que los privilegiados que lleguen a los setenta años, siete décadas, siete, son, somos viejos, simplemente, y punto pelota. 

Yo creo que todo esto es consecuencia de que nos falta promoción. Estamos en unos tiempos en los que si no te anuncias, no existes, por eso las marcas importantes siguen gastándose un pastizal en publicidad aunque lleven muchos años entre nosotros. Tal vez nos falte organizar una conmemoración, elegir un día, si es que queda alguno libre en el calendario, y proclamarlo el de la fiesta del orgullo viejo, por ejemplo, con sus desfiles, charangas y carrozas, eso, eso, carrozas, lo que faltaba, para que se nos empiece a considerar y poder recuperar el prestigio que tuvo la vejez en otros tiempos. (Lo de Senado, por ejemplo, viene de ahí, de viejo, hoy, por supuesto, le buscarían otro nombre más juvenil que, por lo visto, vende más, y ahora lo que se trata es de vender) 

Ahora bien, recapitulemos. ¿ Por qué? Esa es la cuestión, pues yo creo que la respuesta es muy sencilla; porque ahora los viejos, mejor dicho, algunos viejos que ostentan puestos relevantes, no dan un buen ejemplo, pero al tratarse de figuras representativas, su comportamiento transciende directamente y profundamente a toda la sociedad.

Al margen de las consideraciones políticas que cada líder pueda tener y estamos obligados a respetar, hay cosas objetivas que califican a una persona, político o carpintero, ya sea viejo o joven, de izquierdas, derechas o de frente, del norte o del sur, negro, blanco o amarillo. Por eso que la típica clasificación entre progresistas, conservadores, extrema izquierda, derecha o similares denominaciones que estamos condenados a escuchar todos los días no son válidas en estos tiempos. Yo creo que podríamos reducirlo a unos pocos grandes grupos, al margen de consideraciones políticas: Educados y groseros, serios y peligrosos, sinceros y mentirosos, pocos más. Y tenerlo en cuenta a la hora de votar, es ya la única esperanza que nos queda para que podamos cambiar las cosas, 

Donald Trump es un viejo, en todos los sentidos, admirador de Rafael Nadal, esto no es un secreto, tiene muchos en todo el mundo, pero si nos entusiasmamos con nuestro campeón por sus victorias, lo hacemos más todavía por su forma de saber perder, esto es dar un buen ejemplo, el Sr. Trump no lo imita en esta faceta, no entiendo cómo puede jugar al golf y no saber perder. Esto es dar un mal ejemplo, al margen de ideologías y tendencias.

Iñaki Urdangarin no estaría hoy en la cárcel si se hubiera casado con una novia cuyo padre, independientemente de que fuera ingeniero, albañil, rey o ganadero, no le hubiera dado un mal ejemplo. No es de extrañar que, viendo los trapicheos financieros del cabeza de su nueva familia política, se sintiera inspirado para montar su propio chiringuito. Estas cosas se contagian más que el coronavirus sin mascarilla.

Afortunadamente, los viejos, los viejos pata negra, los de siempre, son otra cosa.

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