Opinión

Malas ocurrencias

Desde que damos nuestros primeros pasos por el camino de la vida, nos enfrentamos cada día con el problema de que tenemos que tomar una decisión. Unas veces no tenemos más alternativa, porque las circunstancias del momento no nos permiten otra salida, pero en ocasiones, va a depender únicamente de nuestra voluntad, el que podamos decidirnos por un camino o por otro; estudiar o ponerte a trabajar, autónomo o por cuenta ajena, deportes de riesgo o meditación, fútbol, tenis, sillón bol o ajedrez, obedecer o protestar, cura, médico, oficial o soldado, delantero o defensa, ciencias o letras, mar o montaña, casado o soltero, etc. Tu vida, y a veces tu muerte, van a depender de estas decisiones. Cuando somos pequeños, lo normal, si no somos muy rabudos, es que esas decisiones las tomen nuestros padres o educadores pero, a la medida en que vamos creciendo, nuestras ocurrencias, nuestras propias ideas, son las que nos van a marcar el rumbo por el que va a navegar nuestro barco.

El problema es que estas ocurrencias, estas ideas, unas veces son buenas, otras malas y otras fatales. Cuando son buenas, estupendo, de maravilla, todo son felicitaciones, pero cuando son malas, tratamos de justificarlas y de justificarnos, buscando argumentos y excusas intentando remediar el desaguisado producido por esas malas decisiones, unas veces podemos intentar arreglarlo, y otras ya no tienen solución, quedándote para siempre el desconsuelo de no haber tomado otro camino, aunque también nunca sabrás si sería el más acertado. En el juego de la vida y de la muerte no hay segundas oportunidades, prórrogas ni segundos tiempos, en todo caso, siempre te quedará la resignación; cristiana, atea o de andar por casa.

Cuando las decisiones son en el ámbito privado, las consecuencias positivas o negativas van a repercutir únicamente en el/la que las ha tomado y en el entorno en que se han producido, pero cuando el que tiene la ocurrencia de tomar una decisión, puede, por ejemplo, escribir en el BOE, las consecuencias son incalculables, porque las podemos sufrir todos los ciudadanos. 

Algunas veces son errores, simplemente, (“errare humanum est”) otras veces, nos da la sensación de que son ocurrencias hechas para incordiar, únicamente, le salen del alma al escribiente, es su condición de ser, como el chiste del alacrán que es largo y no lo puedo contar aquí. Podía haber escrito perfectamente en el Boletín Oficial del Estado, respecto a las restricciones anti covid-19: Las comunidades podrán fijar el toque de queda cuando le parezca oportuno, punto, porque damos por hecho que son entidades capacitadas, y se terminaría el problema, pero no, tiene que sentenciar que son dos horas justas, no dos y media o tres cuartos, no, solo dos horas de margen para fijar el toque de queda, si alguna comunidad lo quiere de tres o de cuatro, se armó el belén. No sé si es de locos o de pena el asunto.

En la Segunda República española (1931), alguien tuvo la ocurrencia de que había que cambiar la bandera bicolor, la actual, que regía desde el año 1785, cambiar por cambiar, muy del país. Podían haber seguido con la rojo y gualda, que le había servido perfectamente para la primera república, (1873) pero no, había que cambiar, había que añadirle la franja de color morado, como podía haber sido azul o verde, qué más da, porque sí, el caso es incordiar. Pues aún hoy sufrimos las consecuencias de esta arbitraria ocurrencia, de esta tontería suprema, de esta gilipollez, hasta el punto de que prefieres no exhibir ninguna bandera por muy patriota que seas.

Lo que produce inmensa tristeza es pensar que estas cosas dependen, en muchos casos, de la ocurrencia de una sola persona y esto es el drama, porque si tú decides ir al Dakar, escalar el Everest, subir en globo o hacerte torero, por ejemplo, es tu vida la que está en juego, tú mismo, tío, tía, pero si ese espíritu aventurero es el de un líder político, que además suele sentir la llamada de sublimes instancias, que le hacen suponer que ha sido elegido por la gracia de un dios, de un profeta o del destino, juntos, en equipo, o por separado, para representar a su pueblo, es posible que su aventura consista en declarar una aguerra, invadir Polonia o Kuwait o liderar un alzamiento nacional, con lo que su aventura ha implicado y matado a miles o millones de personas con su maldita ocurrencia. Réquiem.

Tengo una nieta de siete años que me dice con frecuencia: abuelo, se me ocurre una idea. Y me quedo pensativo durante un rato. ¿Qué será, será?

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