Opinión

¿Por qué no obligamos a que decidan los ordenadores?

Las nuevas tecnologías, con sus máquinas aspirantes a lograr la capacidad intelectual de los humanos, y acaso, superarla, lo que convenimos en llamar, inteligencia artificial (IA) será la última oportunidad para que nuestra civilización (contando también con que los enemigos tradicionales de la humanidad; virus, cataclismos, imbecilidad, etc, lo permitan) siga adelante, porque es evidente que el sistema actual, con el que pretendemos organizar nuestra convivencia, no funciona, está demostrado que nuestras luces no tienen más alcance. 

La clave consistiría en ir sustituyendo, lo más rápido posible, las decisiones que discrecionalmente toman las personas que en un momento determinado ostentan la facultad de poder hacerlo, por las que “ordene” una máquina a la que previamente hemos facultado y proporcionado todos los datos y cálculos de los elementos y circunstancias conocidas que intervengan en la operación.

Podemos decir que esta conclusión es de sentido común; para cualquier actividad necesitamos, cada día, la ayuda de máquinas, no hace falta poner ejemplos. Nadie, por muy inteligente que sea, ya no digamos, si encima es del montón, puede saber, a bote pronto, si es mejor ir a comprar millones de mascarillas y traerlas en avión, o ponerse a fabricarlas aquí. Nadie puede saber, al margen de intereses y corruptelas, si será mejor adjudicarle un contrato de millones de euros a una empresa, o a otra. Nadie puede saber con certeza, de un día para otro, lo que será mas adecuado para combatir esta pandemia del coronavirus, de la que, por lo visto, lo único que de verdad sabemos , es que no tenemos ni idea, quien puede ir la fase uno, a la dos, otros a la playa y otros a pescar. Para tomar correctamente cualquier decisión de este tipo, que tiene una gran repercusión tanto económica como social, tiene que estar, o debiera estar, respaldada por una documentación, (un programa informático) que debiera ser obligatoria por ley, con todos los datos y elementos que participan en la operación, y al alcance de los ciudadanos que al final es quien lo paga.

La primera persona que debiera estar de acuerdo con este sistema, si quiere que la sigamos considerando como alguien decente, será el responsable encargado por el ministerio correspondiente de tomar la decisión de adjudicar a ésta o aquella empresa, un contrato de 50, 100 o 200 millones, sería un medio de quitarse la responsabilidad de encima; lo siento amigo, (en el caso que fuera el clásico amiguete que, enterado que el ministro que decide la operación y que adjudica la pasta, es de su pueblo, le habría dado la correspondiente llamadita) el ordenador no me lo ha permitido, hemos metido los datos de tu empresa con vuestra propuesta y no alcanzó la puntuación necesaria, hice todo lo que estaba en mis manos pero, como tú bien sabes, este programa está al alcance de todos los ciudadanos que, como ahora están confinados y no tienen otra cosa que hacer los cabritos, (recordemos que es una conversación privada) se pasan el día frente a la pantalla y lo controlan todo, no sabes cuanto lo siento, pero no querrás que cuando vuelva por el pueblo (xx) nos señalen con el dedo y nos llamen chorizos. El ordenador es el que manda.

En otros tiempos, los que tenían en sus manos el “mando único”, además de que es bastante probable que fueran más espabilados y estuvieran más preparados, consultaban el oráculo de su dios, chamán, adivino, brujo o profeta y así, trampeando, entre proclamas, rezos, sentencias y jaculatorias, fuimos tirando, pero ahora que las creencias son escasas, ya solo nos queda la esperanza de que las máquinas nos ayuden a terminar con tanta chapuza y tanta corrupción. 

Los fraudes bancarios se producían antes, cuando el cajero le sellaba al paisano o paisana el recibo del ingreso y le ponía el sello del banco, porque “la máquina no funcionaba”. Pues ahora ya funcionan, ¡leche! Además, podemos comprobar el ingreso al llegar a casa en el ordenador. 

Las máquinas al poder. ¡Ya! 

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