Opinión

Parresia

Mi viejo amigo, en todos los sentidos, Bernardo Rabassa Asenjo, incansable y prolífico autor de numerosos y prestigiosos libros, me envía por e-mail su último artículo titulado, “Discurso y verdad en la antigua Grecia y en España en la nueva normalidad”, en el que se refiere al libro del controvertido filósofo francés Michel Foucault sobre la verdad. En este artículo aparece una palabra que no conocía: Parresia. Cuanto más voy avanzando, más cosas ignoro.

Reconozco que no sabía que existía en nuestro idioma esta palabrita del niño Jesús, pero compruebo que sí, existe, pero al consultar el diccionario de la RAE veo que tampoco la voy a necesitar mucho, porque textualmente la define así: parresia (así, sin acentos) “Apreciación de que se habla audaz y libremente al decir cosas, aparentemente ofensivas, y en realidad gratas o halagüeñas para aquel a quien se le dicen”. Chúpate esa mandarina, ya me contarás, como para que tengas que traducírselo al chino de la tienda más próxima de tu barrio. Yo no entender, te dirá el chino, ni falta que te hace, tío, le tendrías que contestar. 

Traduciendo dentro del mismo idioma: si, audaz y libremente, te llaman cabrón, desgraciado o cierrabares, por ejemplo, cosas aparentemente ofensivas, en realidad son gratas o halagüeñas para aquel (se le olvidó aquella, seguramente en la nueva edición se lo añaden) a quien se le dicen. Curioso. ¡Cómo andan las cabezas! Que diría el José Mota.

Por eso que es intranscendente el eterno contencioso que nos traemos con los idiomas; que si tenemos que hablar, escribir o rotular en gallego, catalán, euskera, bable, etc., nada, nada, lo verdaderamente importante, y al mismo tiempo lo más difícil, es entenderse en tu mismo idioma, cuando llega el momento en que podamos confundir la blasfemia con la libertad de expresión, porque antes, lo tradicional, lo fetén, era confundir la velocidad con el tocino, pero ahora, con tantos avances, ya no sabemos hasta dónde podemos llegar.

Los plenos del ayuntamiento de Ourense son un buen ejemplo de que el problema no es hablar en castellano o en gallego. No se entienden, simplemente, eso está claro, a pesar de que alternen los dos idiomas expresándose con fluidez en ambos que es un primor. No se entienden porque no pueden, no saben hacerlo de otra manera, como nos pasa a todos y en todas las instancias, nuestra inteligencia no da para más, si fuéramos de verdad inteligentes, nos entenderíamos mejor; en casa, en la calle, en el trabajo, en el comercio o en la política.

Al margen de las historias de Adán, Eva y sus paraísos, lo que parece evidente es que los humanos somos el producto de una evolución que ha ido dotando a nuestro cerebro de unas dosis de inteligencia que la naturaleza no ha otorgado a otras especies. Por eso los monos, perros o leones siguen haciendo exactamente las mismas cosas que hacían miles de años atrás, no han evolucionado, mientras que el homo sapiens y señora, cada día vamos sabiendo más cosas, gracias a la inteligencia y a la evolución. Yo, por ejemplo, la semana pasada, no conocía parresia, gracias a la evolución y a Bernardo, nos hemos conocido. 

El problema es que la evolución es muy lenta, han tenido que pasar miles de años para que descubriéramos cosas que hoy nos resultan familiares, la dosis de inteligencia que van administrando a nuestra cabecita día a día no son suficientes para que logremos alcanzar unos niveles de educación y entendimiento que hagan posible una convivencia más civilizada.

Como el Sr. Alcalde de Ourense es un seguidor fiel de la inteligencia artificial (I A) esperemos que esta venga en su ayuda y en la de todos los concejales lo antes posible para que encuentren una solución en pro de la buena marcha del ayuntamiento y de la ciudad. Todos son buena gente, hacen lo que pueden, pero no dan más de sí, como todos, necesitan, necesitamos ayuda; de la inteligencia artificial, de la convencional y de todos los santos.

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