Opinión

Patologías previas mentales

Lo sabíamos todos, pero nunca pensamos que podría llegar el momento en que habría que atarle, nadie se lo explicaba, siempre fue un hombre tranquilo, un poco extraño, con mucho carácter, pero, desde que hace un año se murió su compañera de toda la vida, con la que pasó setenta y cinco, de los noventa y tantos que habían vivido, tenían justo la misma edad, la cosa fue a peor. Ya solo faltaba que apareciera de improviso, como si de una tormenta se tratara, esta dichosa pandemia del demonio para dejarle fuera de combate. Tenía patologías previas, muchas, de todo tipo, pero sobre todo mentales, no en vano había nacido en el año 1925 esto lo dice todo, la locura, como el coronavirus, también tiene sus tiempos, y en el año 1936, no es que estallara la puta y absurda guerra aquella de los huevos, es que había estallado la triste locura que seguramente será también otro virus, vete tú a saber, con o sin coronas. 

Once años tenía, cuando su padre, un cachondo rompe bragas que se ventilaba a todas las que se le ponían a tiro, no solo en aquel importante pueblo manchego sino también en sus alrededores ya que era de los pocos que tenían un Ford T del año 23, de los que montaba la empresa americana en CDK en Cádiz y que costaban 6.000 pesetas, una fortuna en aquellos tiempos. Esto de tener cocherito, dinerito, afición, y algunas cualidades, hacía que se le abrieran todas las puertas, compuertas y algo más, pero también fue el principal motivo para que los taraos que siempre aparecen cuando llega la fiebre alta, lo pusieran el primero de la lista de los que se iban a llevar por delante aquella noche, cuando se abrió la veda para cazar curas, monjas, señoritos y terratenientes sin tener que pedir autorización a ningún tribunal.

Normalmente, a los condenados se les ofrece una última comida antes de ejecutarlos, pero a este don juan manchego lo separaron del grupo de los seleccionados para morir aquella noche y un cabrón con pintas que lo conocía bien, se le ocurrió una idea perversa; en lugar de la comida y dada su afición, se le ofreció que se pudiera despedir de esta vida dándose su último revolcón con una señora. Los encerraron desnudos y fuertemente vendados: ojos, boca y orejas para que no pudieran identificarse, solamente cuando llegaron al borde de la sima que estaba a unos kilómetros del pueblo a donde los arrojaban después de fusilarlos, el cabrón con pintas que había tenido la rebuscada idea le aclaró que el último encuentro sexual que había tenido en su vida había sido con su madre. Hay que ser muy desgraciado, rastrero y resentido para perpetrar una acción como ésta.

Afirmo; aquí no procede aquello de que “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. No, no, para nada, el pueblo existe, la sima también y los protagonistas, aunque todos muertos, tenían nombres y apellidos, pero eran tiempos de matar, unos mataban en el frente y otros mataban por ir a misa y otros mataban por blasfemar. Una triste historia. Todos están muertos, pero las patologías quedan.

En los años cincuenta, también con el ánimo de olvidar, la pareja de enamorados se instalaron en Madrid, tuvieron cuatro hijos. Él, tal vez como rechazo a las vivencias de su padre, está claro que también se puede educar en negativo, no conoció a otra mujer íntimamente en su vida. Él era un buen mecánico y se montó un tallercito en las afueras de Madrid y ella, además de atender a sus cuatro hijos, cosía para varias casas que le pagaban semanalmente por los trabajos encargados. Era así como se ganaban la vida en aquellos tiempos. No había los enchufes políticos, mejor dicho, había muy pocos, que permitieran vivir del cuento. 

A los ochenta años, de acuerdo con sus cuatro hijos, se fueron a una residencia en la sierra de Madrid, estaban felices, todos, era un sitio ideal, los fines de semana se veían, pero hace poco más de un año ella le dejó, fue una muerte dulce, como un pajarito, pero desde aquel día él ya no era el mismo, no hablaba con nadie, estaba irascible, violento, hasta que el coronavirus, en aquellos días del mes de abril, cuando a los muertos de Madrid, los almacenaban en el Palacio del Hielo, terminó con él.

Sus hijos tardaron quince días en localizarle para poder llevarlo al pueblo donde le esperaba su primer amor. Y el último.

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