Opinión

Por qué no dejamos...

Por qué no dejamos, de una vez, que sea ella misma, la IA (inteligencia artificial), quien decida    su ubicación? Sería la única forma de librarnos del clásico oscurantismo, cuando no del sempiterno caciquismo, que preside la gran mayoría de las decisiones que toman los que detentan la potestad de decidir qué se hace con el dinero público, es decir, con esa caja común, con esa hucha donde vamos depositando dinero todos los días los ciudadanos; al echar gasolina, ir al supermercado, firmar una hipoteca, declarar los ingresos por nuestro trabajo o porque nos ha tocado la lotería, porque así son las múltiples y variadas fórmulas que tiene el Estado (no me extraña el auge de los independentistas ) de engordar esos fondos que generamos entre todos; jóvenes y viejos, altos y bajos, gordos y flacos, ellos y ellas, haciéndolo, en muchos casos, con un gran esfuerzo, consiguiendo que esa caja común tenga cada día más dinero con el sacrificio que hacemos todos pero que muy pocos tienen la potestad de poder decidir dónde, a quién, para qué y en qué forma distribuirlo. 

De la misma forma que reconocemos que el accidente del AVE en Angrois no se hubiera producido si ese día el tren tuviera instalado el sistema ERTMS,    que frenaría automáticamente el convoy aunque el maquinista estuviera dormido o hablando por teléfono (esto sería la IA en este caso, porque hay gente que todavía cree que esto de la inteligencia artificial    “é cousa do demo”), los “maquinistas o pilotos” que llevan los mandos que les permiten decidir si la sede de una institución pública es en A Coruña o en otro lugar, si las ley trans es buena o mala, si es rebelión o es sedición, si es ignorancia o mala fe, si debemos contratar a este o aquella en un Ministerio, 

Diputación o Ayuntamiento, si las obras para un tren deben ir por aquí o por allá, etc., también necesitarían de la IA, es decir, de una máquina, de un ordenador, de un sistema ERTMS que impidiera que esa decisión, sometida a los tradicionales intereses, errores o mala leche, típicos de los seres humanos, evitara la catástrofe que esa decisión nos pueda traer.

No debiéramos pensar que esto de la IA es una cosa del futuro. No cabe duda de que cada día irá consiguiendo mayor relevancia, pero con el nivel que tenemos en la actualidad ya sería suficiente, si la aplicamos, eso sí, para que nos fuera resolviendo problemas que, con el sistema tradicional, es decir, a dedo, por intereses, por enchufe y vecinos, no encontramos solución.

Por ejemplo: la compleja e interminable renovación del Consejo del Poder Judicial sería muy fácil y sencilla si se la confiáramos a una máquina, a un programa de ordenador, al que tendríamos todos acceso (esto es el problema), donde se aportarían los datos objetivos de cada candidato -currículum, responsabilidad, dedicación, capacidad, etc.-, y nos proporcionaría el que mejor puntuación lograra. Sería sencilla esa elección, porque las máquinas no saben si es de derechas o de izquierdas, si hay que favorecer a este o aquella, si conseguimos esto o lo otro. En todo caso, si nos equivocamos y sale mal, siempre podríamos echarle las culpas a la máquina y no a una persona, o personas que tienen un nombre y unos apellidos y acusarles de favoritismo.

Confiemos en la IA actual y futura, confiemos en las máquinas, dejemos que ellas mismas decidan solitas. ¡Dejadme sola!, dirían, como los buenos toreros/as, porque, a diferencia de los humanos, no suelen equivocarse, no son corruptas, no están locas ni son imbéciles.

Tal vez sea nuestra última esperanza de librarnos de algunos líderes que se empeñan en arreglar el mundo destruyéndolo. Tampoco debiera ser tan difícil. Si el sr. Putin, antes de invadir Ucrania, estuviera obligado por ley a vincular sus decisiones a lo que “ordene” un programa informático, al que se le han incorporado los datos objetivos que esta guerra iba a originar, sobre todo, unas cifras tan sencillas como cuantificar las víctimas humanas, ecológicas y económicas, es posible que hubiese tomado otra decisión. Esto podría valer también para cualquier acción especial, invasión o alzamiento nacional. “Pois si”.

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