Opinión

¿Quien te mandaba flores por primavera?

Dime quien era. Dime, dime, por favor, porque si te las mandaba ése, tiene un pase, puede ser cumbre, un alago, una satisfacción, una alegría, un recuerdo de un nostálgico que no te olvidaría, pero si te las mandaba el otro, o la otra, que tal como están las cosas, todo puede pasar, el asunto cambia totalmente amigo mío, amiga mía, y el alago se puede convertir en acoso, la satisfacción en una ofensa, y la alegría en una trágica pesadilla, y ese caballero que te escribía versos y te enviaba un ramito de violetas cada nueve de noviembre como siempre sin tarjeta, puede pasar de ser un rendido admirador, un enamorado apasionado, a convertirse en un acosador, un depredador sexual o un maltratador, según el enfoque que le demos al envío de esas flores.

Cuando la inolvidable Cecilia cantaba aquella preciosa canción: “Un ramito de violetas” (qué no nos hubiera cantado esta mujer si no se hubiera matado en plena juventud en aquella carretera cerca de Benavente regresando de Vigo), aún reinaba Su Excelencia omnipotente y las cosas, al menos para algunos, estaban más claras o claras, simplemente, y si alguien enviaba flores a una dama, indudablemente se trataba de un caballero, oiga usted con atención, un señor, o como mínimo, señorito enamorado que pretendía sus favores.

Pero llegaron los tiempos de la confusión y de las dudas, después de tantos años de presunta claridad, verdades absolutas, principios fundamentales y sentencias infalibles, y ahora puede darse el caso de que un piropo postinero o un requiebro (¡?) te pueda arrancar una sonrisa cómplice y placentera, o por el contrario, parecerte un insulto machista imperdonable, en función de quien sea el remitente, y lo puedas denunciar tranquilamente, sin tener que aportar pruebas contundentes, ante las excelentísimas autoridades competentes...

O largar por las buenas infames acusaciones, en una conferencia de prensa, sin tener que dar explicaciones, porque para joder siempre hay audiencia, y cargarse la reputación de una eminente figura operística, aunque hallan pasado treinta años de unos pellizcos que pensaba eran graciosos, inocentes y consentidos, y tal vez lo fueran en su día, pero que, transcurrido el tiempo, como pasa siempre y en todas las cosas, ahora lo vemos de otra manera, y lo que antes nos parecía gracioso, hoy puede resultar obsceno. 

También pudiera ser que si eres buena gente, prestigioso empresario y competente, que lograste ser un gran mecenas, altruista y millonario y haces donaciones de sofisticados equipos hospitalarios, te puedan decir que has hecho la fortuna explotando a trabajadores en tus fábricas de lejanos países y diferentes culturas, vaya por dios, cuando en otros tiempos no tan lejanos, te podían regalar un pazo solariego por cuestación popular obligatoria, con reverencias y bendiciones incluidas o donaciones con suculentos retornos al donante y todo el mundo estaba de acuerdo y lo aprobaba, lo entendía, aplaudía y jaleaba, maldita sea.

Cuando se mezclan el amor con la locura (ahora que se cumplen cincuenta años de la masacre de los locos y las locas del canijo Charles Manson), la caridad con los negocios, los naufragios con la mafia, los pelotazos con la política, la violencia con la miseria o la venganza con la justicia, es lógico que aumente la confusión, el pesimismo y la frustración del personal, sin poder recurrir, porque ahora ya no se estila, a culpar al cielo de las desgracias y ponerle una vela al santo que le toque para intentar encontrar la solución de nuestras penas.

Mientras cae la nostalgia del verano, entre incendios, naufragios y locuras, operan en Madrid al egregio Soberano, al tiempo que buscamos un poco de cordura... Recordando que un mes de Agosto, como este que ahora finaliza, pero del año 1976, la increíble Cecilia, sí, sí, aquella de “Mi querida España”, “Amor de media noche”, “Nada de nada”, etc., dejó de cantarnos.

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