Opinión

El saludo en tiempos extraños

Estamos viviendo una época rara, atípica, nos movemos entre el miedo, la prudencia y la temeridad, algo en lo que solo pensábamos que podía suceder conduciendo un deportivo por una carretera de montaña y, como en la circulación, las cosas van funcionando, aunque sea a trancas y barrancas, porque la mayoría de los ciudadanos cumple las normas y toma las precauciones necesarias para prevenir el contagio de este coronavirus que nos trae de cabeza porque se está comportando de la misma forma que lo hizo en aquella pandemia, mucho más mortífera, de ahora hace cien años, que apareció un día del año 1918 sin saber cómo, y desapareció en el año 1920 también sin saber nada de cómo lo hizo, es decir, después de tantos años, después de tantos avances de la ciencia, con mascarilla o sin mascarilla, con vacuna o sin vacuna, este virus sigue actuando a su estilo, a su manera, como cantaba el Frank Sinatra, como si no hubieran pasado los años y según todos los cálculos, va a seguir también entre nosotros durante dos años; el 2020 y 2021, como si tal cosa.

La naturaleza, el destino y asociados, van así de sobrados por la vida y no nos dan explicación alguna, ellos tienen sus cálculos, programas y calendario y, de la misma forma que nos organizan un volcán, un terremoto o un tsunami, (todo sale de la misma fábrica), nos sorprende una mañana con un bichito de estos invisibles que nos amarga la existencia, pero es sorpresa para nosotros, los, o las, que planifican estos tinglados saben perfectamente lo que hacen, lo tienen todo previsto y anotado, lo que pasa es que nosotros no lo sabemos, no nos dicen nada, no nos avisan. 

Tal vez un día con la 5, 6, o 7 G podamos tener un programa donde podamos saber esos ciclos secretos y que el volcán aquél que aparece de vez en cuando, le toca el próximo mes, porque su cadencia es de doscientos años, o que el virus xx o z, aparece a finales del 2019 porque le toca cada cien años y así. De momento sabemos que la tierra es redonda y que gira, que, dicho sea de paso, tardamos muchos años en descubrirlo y el Galileo tuvo sus problemas por averiguarlo, que después de la primavera viene el verano y que a su final tocan los huracanes en el Caribe, que a la noche sucede el día y cosas así, pero, poco más, apenas nada más como diría el Aute (q. e.p,d.)

No sé qué más cosas tienen que pasar para que admitamos de una vez que todo lo que nos sucede, incluyendo la porción que nos toca de locos incendiarios, líderes, abanderados, fanáticos y demás protagonistas de desgracias que, junto a las que llamamos calamidades naturales, virus incluidos, se encargan de diezmar a la población, está en esos programas a los que nuca tendremos acceso por mucho que avance nuestra tecnología. 

Todavía hay gente que piensa que este virus es obra de un laboratorio. ¿ Y el de la peste negra de la edad media, o el de la fiebre, viruela, sarampión, sida, peste porcina, etc., también? 

Lo que tal vez podamos hacer, es prevenir a los nietos de nuestros nietos de que es posible que dentro de otros cien años, este virus se vuelva a poner a trabajar, porque lo tiene así programado, para que no les pille desprevenidos como a nuestra generación. 

Mientras tanto, lo que podríamos hacer, es regular la forma de saludarnos, el saludo más bonito en la naturaleza es el de los perros moviendo efusivamente su cola, pero, a falta de ese apéndice, la manera más correcta, segura y estética es la oriental; guardando las distancias y haciendo una reverencia inclinando la cabeza. La que tendría que estar desterrada es la mariconada y antiestética tocadura de coditos. O nos saludamos de verdad, o esperamos.

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