Opinión

El San Ramón de Cambeo

Esto de irse haciendo uno mayor tiene su punto, como pasa siempre y en todas las circunstancias, unas cosas son positivas, y otras negativas, entre éstas, claro está, la lógica merma de facultades que con el paso de los años vamos sufriendo y tenemos que ir acostumbrándonos, pero sin dramatizar, a convivir con algún dolor, achaque, sofoco o suspiro, y con las pastillas que nos toquen, hasta que la muerte nos separe, por eso contamos ya con nuestras limitaciones, pero no siempre, no en todos los campos, no se crean, porque hay gente que piensa que las chapuzas, tonterías y chorradas solo están al alcance de la gente joven. ¡Qué va, tío, tía, tronco! Los mayores, incluso los ancianos somos capaces de decirlas y hacerlas como el que más, y si no que se lo pregunten a nuestro querido emérito Juan Carlos, el campechano, que todos estuvimos con él a muerte durante tantos años, pero ahora no podemos hacer otra cosa que tratar de ayudarle en su soledad, porque hay cosas que el dinero no va a solucionar, es más, con mucha frecuencia las agrava.

En cuanto al aspecto positivo que pueda tener esto de irse haciendo viejo, está la experiencia, que como dicen, es la madre de la ciencia, pero que no siempre sirve de algo porque, por ejemplo, con la cantidad de cosas que hemos vivido los de nuestra generación, ninguno había tenido una experiencia como ésta que nos ha traído la pandemia del coronavirus, porque para eso tendríamos que haber vivido más de cien años y haber podido recordar aquella tragedia de la mal llamada gripe española de los años 1918 al 1920 en la que murieron más de 200.000 españoles, con millones de infectados, cuando la población de nuestro país en aquellos tiempos apenas sobrepasaba los 20 millones de habitantes. Solo en Vigo, que tenía una población de 50.000 personas, tuvo por esa causa, 600 defunciones en el año 1918, con lo que, comparando ambas situaciones, podemos consolarnos con lo que estamos padeciendo en esta ocasión y al mismo tiempo reconocer que este actual y pesado coranavirus que nos tiene tan angustiados, está trabajando al ralentí. Esperemos que no se le ocurra meter el turbo algún día porque lo tenemos claro; estamos en sus manos, es decir; en las manos del destino, dios, dioses, providencia o afines. Aquí los humanos poco podemos hacer que no sea enfundarnos la mascarilla y escondernos, y los creyentes de las distintas sectas y religiones, (parece que hay en el mundo más de 4.000 pero, eso sí, cada una de su padre y de su madre, creyéndose la única verdadera y excluyendo y despreciando a todas las demás ) ponerse a rezar a sus dioses, ídolos, chamanes o profetas.

Así que lo único que podemos considerar interesante, cuando vamos llegando al crepúsculo de la vida, son los recuerdos y de éstos, tenemos surtido, porque nuestra generación le ha tocado vivir una época convulsa y de grandes cambios que “pasemos” de quemar iglesias a obligar a ir a misa, y de no poder ver una triste teta a que te metan en casa lo último en pornografía, pero llegada estas fechas, no puedo evitar con nostalgia el recuerdo de las fiestas del San Ramón de Cambeo, el 31 de agosto, el día los Ramones. 

Qué lejos quedan ahora, con las mascarillas y las distancias de seguridad, aquellos tiempos donde precisamente, las distancias cortas, eran fundamentales, mientras bailábamos con el Dúo Dinámico… “El final del verano llegó, y tú partirás…”. 

No sé si, como decía aquella vieja canción, recordar es volver a vivir, pero quizás los recuerdos nos ayuden a no morir, al menos de momento, aprovechándonos de todas las prórrogas que nos vayan concediendo para seguir burlando a virus, infartos, pandemias, nostalgias, y patologías previas.

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