Opinión

Alberto Garzón: el ministro del ridículo

Garzón no deja de ser otro descendiente de esa izquierda caviar experta en contorsionarse para defender o criticar totalitarismos según se ajusten a su ideología

Alberto Garzón posee la extraña cualidad de abordar un tema y generar automáticamente una sólida mayoría en su contra. Es posible que este muchacho acabe convirtiéndose en el primer “desinfluencer” de España: el colectivo necesitado de un espaldarazo puede esperar a su torpe crítica para ganar como respuesta el aplauso social. El otro gran mérito de su trayectoria de mocito estalinista ha sido enterrar a su propio partido en la ola de Podemos para garantizarse jugosos sueldos públicos. Amarrado a ese mástil valorado en 80.000 euros anuales ha perfeccionado el concepto de chiringuito ministerial: Pedro Sánchez inventó una cartera tan vacía de competencias como su repertorio de capacidades. Hoy solo la regulación de la publicidad del juego online -en un limitado decreto ley- se sitúa en el haber del balance de sus 18 meses de ministro; el resto de episodios obedece a un guion calcado: tuit o intervención metiéndose en un charco, encierro en el despacho y un ministro -o el propio presidente- desmintiéndolo en público sin piedad. Así sucedió en sus tropezones con el sector turístico, las aerolíneas, las mascarillas FPP2, el rey Felipe VI o la industria cárnica, a la que sublevó la semana pasada -dan empleo a 80.000 personas en España- y acabó activando una corriente de opinión a favor del chuletón.

Exhibe Garzón la misma credibilidad pidiendo el desarrollo sostenible tras mandarse una boda para 280 invitados con buenos solomillos y vestido de levita -“una boda modesta”, dijo- que cuando se pone a defender dictaduras comunistas desde la mullida moqueta de la democracia liberal. En enero del 2019 escribió un tuit -borrado al rato- en el que demandaba la intervención del ejército de Venezuela tras la investidura de Juan Guaidó en la Asamblea Nacional y unos meses después, justo antes de convertirse en ministro de Consumo, corrió a eliminar otro mensaje del 2012 en el que decía que “el único país cuyo modelo de consumo es sostenible y tiene un desarrollo humano alto es… Cuba”. Con tanta visión internacionalista es una lástima que no encontrase tiempo en 48 horas para analizar las manifestaciones de los últimos días en Cuba: al extenuado pueblo cubano, en la absoluta miseria después de medio siglo de represión, le podría explicar con detalle a qué se refería en 2016 cuando decía que el mundo tenía que aprender del castrismo y pedía “defender los principios y valores” de Fidel.

Garzón no deja de ser otro descendiente de esa izquierda caviar experta en contorsionarse para defender o criticar totalitarismos según se ajusten a su ideología. Al final todo es intentar sustituir unos privilegios por otros y mientras tanto tuitear sobre la lucha de la clase obrera en algún “glamping” de Nueva Zelanda -allí estuvo un mes de luna de miel- con el iphone último modelo y vestido con el chándal de la URSS. Por eso ya ni es una contradicción señalar que el político comunista vende sus libros sobre las perversiones del capitalismo global en Amazon. Ni desde luego es creíble una remodelación de Gobierno que no empiece por su cese fulminante.

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