Opinión

Ayuso lo hace todo mal

Díaz Ayuso quiere bajar los impuestos y convertir Madrid en las Barbados. Permitió los bares en la pandemia al ser una negacionista. Está tan desquiciada -la bautizaron con su acrónimo de IDA- que construyó un hospital inútil ya que allá por julio del 2020 ya habíamos vencido al virus. Es tan egoísta que distribuyó mascarillas FFP2 en contra de la opinión del Gobierno y tan irresponsable que hordas de franceses borrachos nos invaden por su culpa.

Pero llegó la campaña y los sondeos pronostican la goleada de la hija de Sauron. ¿Cómo es posible este despiporre? Volviendo al origen de mayo de 2019, Ayuso obtuvo unos resultados malos y posiblemente no tenía la experiencia suficiente para asumir el cargo. Dos años más tarde se concluye su conquista del centroderecha: fija al votante del PP, aglutina a los ex de Ciudadanos y atrae a los de Vox. A partir de ahí, uno puede pensar que la mitad de Madrid se ha vuelto loca -más o menos, el mismo análisis facilón hecho tras la victoria de Donald Trump de 2016- o medir el calado de un discurso construido en contraposición a la Moncloa, y que pasa entre otras cosas por reducir la presión fiscal, estimular la actividad empresarial y propiciar esa batalla cultural a la que no se ha atrevido a entrar Génova.

La pandemia aceleró la confrontación y los datos también están ahí: Madrid lidera la recuperación de empleo en 2021 y sus cifras covid, malas, no son peores que las de otras autonomías con medidas mucho más restrictivas. Ese “madrileñismo” no lo ha inventado Ayuso. Y la polarización política, tampoco. Heredó lo primero de Esperanza Aguirre y jugó con habilidad sus cartas en lo segundo: el lema “Comunismo o libertad” suena a hueco, pero en realidad lo ha terminado de cebar la oposición con ese “Fascismo o libertad”. Porque en lugar de hablar de las cosas que van mal en Madrid o criticar con ideas el extremismo de Vox, la izquierda ha levantado barricadas demagógicas y, tras 14 meses de coronavirus, no se sabe hasta qué punto podrá sorprender que el electorado -madrileño, el resto no votamos aunque lo parezca- parezca preferir el optimismo ayusista a la alerta del retorno a 1936.

Por eso tiene pinta que esta campaña se acabará estudiando fijándose en la enorme torpeza mostrada por Sánchez e Iglesias: tras deformar el discurso de Gabilondo, el presidente del Gobierno aceptó entrar en el cuerpo a cuerpo -la llegó a acusar sin pruebas de falsear los datos covid- dando a estas elecciones un carácter plebiscitario, y la jugada del líder de Podemos abandonando la Vicepresidencia terminó de convertir a Ayuso en la Manuela Malasaña del siglo XXI delante de su parroquia. El martes veremos qué lectura se extrae para el futuro si después de situar a tu adversaria como la reencarnación del mal te acaba barriendo en las urnas. Y luego a ver si entre todos encuentran un hueco para coordinarse en la gestión del final de la pandemia y el inicio de la recuperación económica. Al menos hasta que se adelanten las andaluzas.

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