Opinión

El chollo de ser Gonzalo Jácome

Adriano Celentano quiso demostrar que para triunfar con una canción en inglés en la Italia de los años 70 daba igual lo que cantases, lo importante era sonar y moverse como Tom Jones. Con letra inventada y una coreografía memorable -búsquenla en Youtube, por favor-, "Prisencolinensinainciusol" salió en 1972 para ser un hit. Y efectivamente, lo consiguió dos años más tarde. Ahora, Jácome responde a Celentano tratando de hacer exactamente lo opuesto en Ourense. Él parece obsesionado en mostrar que da igual cómo te comportes en política mientras actúes al contrario de lo que se espera de un líder municipal. Gonzalo tuitea, suena y se mueve como un no alcalde y está empeñado cada día en encontrar nuevas formas de no parecerlo, aguardando suponemos el aplauso final de la ciudad en 2023.

El previsible fracaso colectivo ya podemos combinarlo con sus evidentes réditos individuales. Es un chollo ser Gonzalo Jácome. Básicamente, y sin entrar en posibles derivadas judiciales, porque puede hacer lo que quiera sin sentirse obligado a justificarse. Él se beneficia de una permisividad inimaginable para cualquier otro político en España, apoyado en no tener un partido que le haga de contrapeso interno ni una oposición que le pida responsabilidades en el Concello. Un nihilismo que le lleva a cargar contra sectores y empresas de la ciudad que gobierna y a hitos como saltarse el confinamiento, parar a comer en un restaurante de Molgas y responder que él puede hacerlo porque es autónomo y político. PSOE, PP y la Subdelegación del Gobierno callaron. Al menos Armengol tuvo que pedir disculpas cuando la pillaron en un pub. Aquí Jácome pidió explicaciones.

Gonzalo puede tomar medidas de calado en Ourense -o al menos intentarlo- sin consultar con los técnicos municipales, en base a sus intereses -ahí está la peatonalización de su calle-, sus ocurrencias -el rascacielos- o a sus enfados -salí a correr y choqué contra un ciclista-. Puede pedir y desviar fondos de DO para Auria TV de forma opaca y enfadarse si le piden los papeles, o directamente poner a asesores pagados con dinero público a trabajar en su tele privada. Las cosas de Jácome, ya se sabe. Él puede ventilar sus odios como si fuese Luis XIV. Que se lo digan a sus excompañeros -a los que llama delincuentes en redes- o a los hosteleros: castigadísimos por la pandemia, me hago la foto con ellos en su manifestación, los recibo y acabo increpándolos y diciendo que tampoco es para tanto y que a trabajar. Gonzalo puede aparcar donde quiera, responsabilizar de los fallos de su gestión a los demás -recuerden retrasos y promesas incumplidas o el belén de Navidad- y achacar cualquier crítica posterior a una conspiración. 

Porque si normalmente es la prensa la que fiscaliza a los alcaldes, con Jácome es al revés: el que fiscalizo a los medios soy yo. Si no me gusta lo que dicen de mí están obsesionados porque quité las suscripciones de los centros cívicos y si tú me recuerdas todos mis deberes pendientes o que tengo 24 ediles en contra eres odioso y también integras la oligarquía antijácome. Lo mejor de todo es que cuanto más se aleja Gonzalo de la altura institucional más se acerca a su ideal de ser un no alcalde y también a facilitar la vida a la oposición. En el fondo, ¿para qué van a tumbarlo? Si viven mejor contra Jácome que sin él. Hoy negocian los asesores, mañana nos ponemos verdes en el pleno entre los hunos y los hotros, el sábado reafirmamos nuestros vetos y el domingo ya escribiré un post en Facebook para intentar convencer a los militantes de mi propio partido de mi encendido activismo. Y el resto de ourensanos, mientras, que mire el espectáculo. 

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