Opinión

Las desidias que marchitan Montealegre

El parque de Montealegre es, como tantas otras cosas en Ourense, una buena idea del pasado que languidece en el presente y no tiene ni un solo plan para el futuro. Perfilado hace más de una década como una ambiciosa referencia natural -15 hectáreas, inversión de 3,6 millones de euros, unas 240 especies de flora y 130 de fauna-, se ha ido marchitando entre las silenciosas desidias de los sucesivos gobiernos municipales y de algún vecino irresponsable.

Montealegre es el gran pulmón de la tercera ciudad de Galicia y guarda el bosque mediterráneo más al noroeste de Europa. Sus accesos, llenos de socavones, son dignos de un discreto picadero y sus terrenos colindantes, con basura de viejos magostos, un recordatorio de nuestra estupidez. Ahora en pandemia, mientras se vigorizan los espacios al aire libre aquí todo sigue igual. O peor, si uno se fija en las acacias creciendo en una de las faldas del parque y, en otro borde, desechos de obra y un galpón atentando contra cualquier lógica medioambiental y urbanística. Esa escombrera dañó y modificó el cierre público y está tan bien controlada por el Concello que la primera vez que este periódico reportó su existencia, en 2016, respondieron que contenía residuos municipales. Cuatro años después, y mientras el cobertizo y los restos crecen, ya han podido acordar que es terreno privado y la responsabilidad, por lo visto, ajena: Urbanismo y Medio Ambiente regatean, apelan a la Xunta -que no sabe/no contesta- y razonan que no hay peligro para la salud, perjuicio estético (?), expedientes para investigar la legalidad de la construcción ni querellas por los residuos. Igual es a todos ellos a los que hay que denunciar.

Dentro del parque el resumen es lo que pudo llegar a ser y no es. Buenas ideas no rentabilizadas, como el auditorio al aire libre, y alguna que se queda corta -el invernadero-, conviven con otras olvidadas -ese espacio para magostos- y atrocidades como el cemento usado por el anterior gobierno para remediar el efecto de las lluvias sobre los caminos -por esa lógica, para solucionar la caídas de las ramas podemos talar los árboles-. Hay partes bien cuidadas, pero mientras te alejas del núcleo la cosa se pone peor y surgen estanques con vegetación podrida, plantas secas y maleza. La mayoría de huertos comunitarios funciona. Los baños no sabemos, estaban cerrados. Hay evidentes desgastes -muros, pasarelas, papeleras- que urgen mejoras. 

En el paseo, agradable por la forma y triste por el fondo, aparecen chapas con el nombre de la especie arbórea, el más sutil recordatorio de la vieja aspiración del parque de ser un botánico. Ese era el plan del bipartito allá por 2009. Luego llegarían los errores y la crisis -económica y política-, Montealegre perdió su apellido y nadie se preocupó de intentar recuperarlo. Más bien todo lo contrario. El pobre se pudo inaugurar definitivamente en septiembre del 2012 tras una precipitada -y fallida- apertura un año antes, convertida en el primer capítulo de una deprimente sucesión de vándalos, políticos variados y jabalíes, aparcamientos ilegales, obras públicas que reventaron cierres y senderos, conatos de incendios, lluvias, problemas de riego y de sequía. 

Si su estreno permitió a Ourense cumplir con la ratio de superficies verdes de la OMS, ahora el parque, golpe a golpe, oposita a la lista de espacios de la ciudad olvidados, dañados o hundidos. Porque la sensación es de abandono, y que el covid ha sido la excusa perfecta para dejar de pensar en nuevos contenidos a Montealegre. Aunque el olvido viene de mucho antes: se aprecia en su facebook, sin actualizar desde mayo de 2019 o en su web, en la que la noticia más leída es la de la primera inauguración del parque, el 10 de junio de 2011. A partir de ahí, todo fue a peor. 

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