Opinión

Ya ni llorar tranquilo a Maradona

Un abogado razonaba el otro día que si no se supiera quién propone cada ley en España muchos de los diputados y hooligans de los partidos políticos no sabrían qué pensar ni qué decir ni qué criticar ni qué defender. Eso se extiende a todos los ámbitos y va calando hasta tu casa como el tierno milagro de la polarización. Los que aplaudían al Aquarius ahora ven Arguineguín y miran para otro lado. Los que defendían la necesidad de la ley mordaza y querían meter en la cárcel a titiriteros ahora se convierten en los garantistas de la libertad de expresión. Antes los del PNV eran capillitas de la derecha rancia y ahora Aitor Esteban es un ídolo progre. Esos que leían a la escuela de Chicago ahora urgen sin rubor estatismo. Los que antes denunciaban los bloqueos del CGPJ apuestan por las reformas a las bravas y los mismos que increpan a Irene Montero por llorar se emocionaban cuando le pasaba a Fraga. Tú eras el que pedías un cordón sanitario a Vox y ahora defiendes pactar con Bildu. Aquel, el que hablaba siempre de los 17 reinos de taifas y defendía la armonización de Montoro y Funcas, critica ahora el estrangulamiento de Madrid y defiende con ardor la autonomía fiscal. ¡Faltaría más! 

Hoy ya ni se puede recordar a Maradona sin tener que asistir al reduccionismo de su compleja figura. “Si defiendes la buena educación cómo puedes honrar a este tipo”. Cómo te atreves a pensar que la vida está repleta de grises. El maniqueísmo se acelera con la pandemia y su crisis política. La Tercera España ya no es esa construcción mítica del centro liberal: acabará siendo defender la obra de Woody Allen y criticar a Fernando Simón, rechazar la influencia de ERC en el Gobierno pero defender la protección de los idiomas cooficiales. Es, quizás, pensar que un pacto del PSOE y el PP sería lo más adecuado en estos momentos mientras escuchas a Madina y Sémper en “La Ínsula”. Recordar que no te gustan los toros pero que no eres nadie para defender su prohibición. Y que te duela Maradona, aún con todos sus defectos, y que te parezca maleducado reivindicar lo contrario.

Si no te alineas siempre en el mismo lado de cada debate antes o después serás un flojo equidistante. O un facha. O un comunista. Las redes construyen espacios aislados para el que quiera leer solo en lo que está de acuerdo ya antes de haberlo leído. Opinadores estrella se encargan de distribuir las cápsulas precocinadas de supuesta superioridad moral, y con la capacidad crítica enajenada nunca estuvimos tan a merced de influencias externas, asesores políticos y palabras ahuecadas -progresista, neoliberal, fascista, experto, intelectual-. Lo peor es pensar que quizás siempre hemos sido así y la posmodernidad solo lo ha amplificado. Porque si cuando murió Unamuno Ortega y Gasset lo puso a caer de un burro en un obituario mezquino y movido por viejas rencillas, qué nivel de empatía le podremos pedir ahora en el Congreso a Lastra, Echenique, García Egea y Olona. 

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