Opinión

Ourense, la provincia que se envenena a sí misma

Ourense sigue padeciendo al borde de la tercera década del siglo XXI un problema propio del XIX. La caótica red de saneamiento de la provincia es anacrónica -o inexistente en algunos puntos- y desemboca en continuas agresiones a la tierra y las masas de agua. El escenario es de sobra conocido pero la mayoría de políticos pasa de puntillas por ese peligroso desfiladero: no da votos, ¿podemos aguantar otros cuatro años? Efectivamente, corramos un tupido velo. 

La dispersión geográfica y el sálvese quien pueda han acabado haciendo de Ourense una provincia que cuenta con la formidable cantidad de 140 depuradoras. Los expertos y técnicos de la Hidrográfica, Diputación y Xunta coinciden en ver absolutamente inviable la gestión de este descomunal minifundismo. Apuntan, por ejemplo, a ayuntamientos de 1.000 habitantes con una treintena de sistemas de depuración. “Los concellos no saben ni dónde están las depuradoras y a los vecinos les da igual”, explicaba en este periódico el técnico de la Hidrográfica Joaquín José López. El surrealismo se agrava al saber que hay instalaciones municipales que ni siquiera se encienden por miedo a la factura. Otras sí activadas funcionan incorrectamente -como las de Verín, A Rúa o Maceda, según un estudio de Augas de Galicia-. Mientras, la otra mitad del rural ourensano -100.000 vecinos- vive en alguno de los 1.600 núcleos sin conexión a estación depuradora y dependiente de alguna de las 2.000 fosas sépticas registradas en Ourense. En ese caso, y si las logran encontrar, los concellos se enfrentarán a un vaciado complicado, caro y contaminante. Otros 4.000 ourensanos se las tienen que arreglar con pozos negros individuales. Detrás de todas estas cifras y situaciones se esconden las aguas residuales filtradas a la tierra, los emponzoñamientos de acuíferos, los vertidos a los ríos. 

El cuadro resultante es demoledor. La exhibición de excusas es florida: falta de financiación local, complicaciones estructurales, infraestructuras inadecuadas, deficiente coordinación entre administraciones, ausencia de mantenimiento, falta de vigilancia y de sanciones. En resumen, no hay capacidad y no hay fondos. Tan cierto es ese argumentario como constatar la cronificada dejadez -social, política y administrativa- que permite el sistemático incumplimiento de las directrices marcadas por Europa. El problema se extiende por Galicia -solo el 42% de las depuradoras de municipios de más de 2.000 habitantes funcionan de manera correcta- y los avances son demasiado tímidos. En la costa se vierte a las rías. En el interior, a los ríos. 

¿Qué porcentaje de todos los millones inyectados por diputaciones, Xunta, Gobierno y UE no ha sido invertido de forma eficiente en las infraestructuras del ciclo del agua? Aquí en Ourense hay un ejemplo cercano: un vicepresidente provincial llegó a liderar un plan para sembrar el rural de un centenar de minidepuradoras portátiles entre 2003 y 2004, con cargo a una subvención europea de 10 millones de euros. Aquello terminó en desastre y en las acusaciones de la Oficina Europea de la Lucha contra el Fraude por dudas sobre las adjudicaciones. El Supremo dio la razón a la Diputación y evitó la devolución de los fondos al ver prescritos los plazos para su reintegro. Hoy seguimos pagando las malas planificaciones y también inasumibles demoras como el saneamiento de Velle, aprobado en pleno este viernes tras 13 años vertiendo directamente al Miño. Otros retrasos los sufren el Barbaña, el Arenteiro, el Casaio o el Xarés. 

El problema es complejo y el camino de la solución, largo. Por eso es imprescindible sumar nuevas estrategias y reforzar la cooperación supramunicipal. Auxiliar a todos esos concellos del rural ahogados económicamente y por sus nuevas competencias, solo ayudados en muchas áreas por la Diputación y sin voluntad de aprobar tasas de depuración para evitar el enfado de sus vecinos. Atender a los expertos, mejorar la educación ambiental de particulares y empresas y recordar que hace décadas se pescaba en los ríos ourensanos y también en Albarellos o en Cachamuíña. Ahora los propios pescadores señalan que las aguas están yermas. Las hemos ido matando entre todos poco a poco. 

Te puede interesar