Opinión

Vacuna: antes de las multas, información y garantías

El 43,8% de los españoles, según el CIS, no se vacunaría ahora mismo contra el covid. Es decir, cuatro de cada diez españoles prefiere mantenerse semiconfinado, atemorizado y con vidas y negocios en riesgo a empezar a vislumbrar la vuelta a la añorada normalidad. Mientras, un 40,2% asumiría ya la política de vacunación de un Gobierno que, sin duda, ha demostrado en toda la pandemia tener una muy saludable constancia en errores y rectificaciones posteriores. 

El 43,8 % de los españolitos, decíamos, prefiere esperar a ver qué pasa. Negacionistas, les llama el oficialismo. Tarados, claman en Twitter. Al margen de la etiqueta, es mucha gente. Tu padre, tu tía, tres primos y el dueño del bar al que ibas a ver el Madrid y que ahora está en la ruina quedan reducidos al mismo cajón que los iluminados que no quieren vacunar a sus hijos del sarampión. Ya. 

Este tipo de reduccionismo es sin duda una de las cosas que mejor ha trabajado el sanchismo. Conmigo o contra mí: si no apruebas mi gestión de la pandemia eres de Vox. Si me dices que votas al PSOE pero no quieres que pacte con Bildu el problema es que hueles a naftalina. Si me respondes que eres treinteañero eres un clasista. Y si, ya desesperado, confiesas que no ardes en deseos de vacunarte eres un terraplanista. El plan, valga las redundancias, es Redondo. Hay que confiar en los expertos, grita el Gobierno ante cualquier disensión: esta es la bomba atómica para finiquitar debates, basada suponemos en la misma ciencia que decía que las mascarillas no eran obligatorias o que permitió el frenesí veraniego. Imaginamos también que la viróloga del CSIC Margarita del Val es una indocumentada cuando dice que las vacunas de Pfizer y Moderna no le convencen porque solo protegen de los casos leves. O Pepe Alcamí, virólogo de la Carlos III, que aplaude el avance pero pide “ser cauto y mantener el sentido crítico”. O la jefa científica de la OMS, Soumya Swaminathan, que recuerda que hay dudas sobre la duración de la inmunización. 

Asistiendo a la frenética carrera entra las farmacéuticas no se entiende cómo hay gente que no corre hacia el ambulatorio ofreciendo su brazo derecho. ¡A mí la Moderna! Quién puede pensar que hay intereses comerciales en la guerra de cifras. Ejerciendo de abogado de los parias de la tierra, quizás la desconfianza no sea hacia el concepto de vacuna ni hacia la comunidad científica. La mayoría de los escépticos no creo que duden de la seguridad de estos ensayos pero, llámenlos locos, sí de su eficacia a largo plazo. La clave serán las prisas de unas administraciones que ahora, igual que pasó en marzo, vuelven a pedir obediencia ciega. No estaría de más que, por una vez, nos tratasen con adultos. 

Por todo ello se equivoca la Xunta amenazando con multar a quien no se quiera vacunar. Lo deslizó el otro día el ministro Illa –hoy ya pensará otra cosa- y parece lógico: es contraproducente presionar para convencer. A los políticos les toca dar garantías, aclarar dudas y evitar que haya sectores de población con complejo de cobaya. Sí, los resultados son un paso en la buena dirección. Pero leamos las conclusiones en los “papers” científicos y no en notas pensadas para los accionistas de Pfizer. Aclárense y aclárennoslo. Y, sobre todo, no intimiden con sanciones.

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