Opinión

Villarino, el último maquis

La situación es más grave de lo que se podría imaginar. Cuando decíamos que la capital provincial es una anomalía democrática por tener un gobierno de tres ediles al parecer nos estábamos quedando muy cortos. Según leen estas líneas, Rafa Villarino ya ha comenzando su lucha diaria en Montealegre para derrumbar la dictadura que ahoga esta ciudad. Lo narró él mismo en la tribuna publicada ayer en La Región: “Os socialistas dicímoslle á xente que manteña a esperanza, e que nós loitaremos cada día con máis intensidade porque a democracia e o progreso están máis preto que nunca das portas de Ourense”. Quién se atreve a pensar en la concesión de las zonas verdes estando en juego la libertad.

El texto del camarada Villarino pertenece a esa clase de cosas que sería mejor tomar a broma aunque el autor lo haya escrito en serio. Cómo digerir que empiece diciendo que “amar a terra vai de seu, e non precisa de palabras grandilocuentes” antes de mitinear sobre “ancestrais mañas”, “atavismos pre-democráticos” o que “o mundo é testemuña do ADN político dos prebostes populares desta terra”. Tiene algo de desconcertante querer explicar el contexto del Ourense de 2021 retrocediendo noventa años: el socialista se reboza en sus obsesiones desnortando el foco y el argumentario. Este periódico aplaudió su movimiento del pasado lunes y por supuesto es legítima su crítica al PP, pero se hace imposible comprender cómo demonios puede encajar en la genealogía de la actual posición popular las “prácticas aprendidas nos máis de 25 pronunciamientos militares que aconteceron dende 1814” o comparar este veto con el “pagamento de matóns para intimidar aos electores rivais”. Sí que puede ser útil repescar de su sesudo análisis ese fenómeno que llama “mutación camaleónica”, pero no precisamente para hablar como hace él de la evolución de Fraga sino de los vaivenes de su propia estrategia: el líder provincial del PSOE llamó “pacto da vergoña” a lo que había tratado de alcanzar hasta el minuto anterior a espaldas de su grupo municipal -al que tampoco consultó en ese amago de moción de censura en el notario-, y después de estar 20 meses criticando a Jácome volvió a intentar alcanzar un acuerdo con él para desalojar a Baltar.

Hay algo en este trasnochado universo de Villarino que rescata el ya superado discurso de esa parte de la izquierda nacionalista que se olvidaba de lo útil que puede ser no culpar a los que no te votan de ser víctimas/cómplices de un supuesto sistema caciquil. Hoy no hay que llamar a las Brigadas Internacionales para alcanzar un pacto de gobernabilidad en la ciudad ni debe ser culpa de la Falange que no aceptase en 2019 ser alcalde en minoría dejando al PP gobernar la Diputación -en la que su gran acción de oposición ha sido pelear para compatibilizar su sueldo de profesor-. Y desde luego Paco Rodríguez, Vázquez Barquero o Natalia González no son opresores terratenientes -ni concejales del PP- al cuestionar sus torpes movimientos de paracaidista o el secuestro de la militancia: quizás donde falta democracia no es el Concello sino en la asamblea local socialista tras año y medio negándose a convocarla por miedo al resultado. Este es su potente liderazgo interno y la conclusión es que si Gonzalo Caballero le mantiene la confianza es debido a que su posición en Galicia tiene una consistencia similar.

El lector que se acercase al artículo buscando una visión del futuro de Ourense se encontró con una interesada revisión del pasado ya superado en esta provincia. Y sí, es tan importante recordar lo que ha sucedido en España para evitar los viejos errores como no resucitar trincheras y deformarlas en un discurso que se estrella contra la realidad. Por eso es tan grosero atreverse a compararse con los exiliados de la posguerra o etiquetar de franquista a tu adversario al no hacer lo que tú crees que debería hacer. Y por eso resulta también tan curioso que Villarino parezca empeñado en dar cada semana nuevos motivos al PP para reforzarse en su posición mientras le recuerdan la valla electoral anónima, su recurso a la ayuda a los autonómos o que siga sin estar censado en la ciudad. Y por el PXOM ya le preguntaremos a Paul Preston.

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