Opinión

Las cartillas de racionamiento

Quiero únicamente tratar este artículo desde las curiosidades de la alimenticia progenie, fuera de otras consideraciones, atendiendo solo a lo que supuso la utilización de las Cartillas de Racionamiento en una ciudad como la nuestra durante una docena de años a partir de 1940.Solamente quienes lo hemos vivido o han tenido referencias muy cercanas y directas de aquella época, son o fueron capaces de calibrar lo que supuso tal circunstancia en ésta nuestra ciudad. Lo recordamos animados por el interés de contribuir a que las cosas no se olviden del todo; cuando queramos o no, fue un pasaje bastante largo de la historia contemporánea ourensana, con importantes repercusiones de alimentación y desarrollo en la vida familiar, que al fin y al cabo era lo que nos influía.

Muchos conocemos la implantación del racionamiento de víveres de primera necesidad desde que se acabó la contienda civil española hasta el año 1952; pero lo que seguramente no sabíamos eran las curiosidades de uso de aquella cartilla de cupones que se tenían que canjear para conseguir restringidos alimentos básicos. En un principio las cartillas eran de carácter general, sobre una asignación que se destinaba al cabeza de familia; los demás miembros tenían un porcentaje menor en la cuantía alimenticia concedida. Es decir, que según el puesto que ocupasen los miembros en su ámbito familiar tenía más o menos cantidad de alimentos, otra cosa no se explica. Con el tiempo parece que se dieron cuenta de que el sistema de reparto les ofrecía ciertas dudas porque se prestaba a chanchullos por varios motivos. Entre otros, que podía fallecer un miembro del clan y los demás seguir aprovechándose de su ración sin haber notificado el óbito. Y entonces, en 1943, se inventaron otro sistema, que consistía en casi lo mismo pero con asignación personal por edades de los miembros. A cada uno de ellos le pertenecían tales o cuales alimentos y cantidades, ¡siempre menores que al cabeza de familia! (entendiéndose previo pago de su importe, claro).

Una nota escueta de RNE el día 14 de febrero decía que “para una mejor distribución de alimentos, a partir del 1 de julio, el racionamiento de los mismos era individual a cada miembro familiar, y la duración de la prebenda sería de 14 días renovables, hasta nuevas órdenes”. 
Además de eso, se establecieron (desde de esa fecha) tres tipos de cartilla, aun dentro de la individualidad: “para ricos”, “para clases medias”, “y para pobres de solemnidad”, designadas tal y como os las describo, con lo que se distinguía el valor de necesidad de unos y otros. No era igual el hambre de los ricos que el hambre de los pobres. Gracias a que tampoco les convenció y el reparto, lo corrigieron pronto. Seria largo pormenorizar el funcionamiento del uso de las cartillas, en que veríamos cosas curiosísimas. Tal vez otro día. No obstante os pincelo algún detalle. Cada articulo comestible tenia (o valía) un numero de cupones determinado, y no admitían juntar los de varios días para canje de productos.

El cupón de pan de hoy por ejemplo, ya no era válido para mañana si no lo habías consumido, se perdía. Por cierto que además la harina con que estaba hecho era mas negra que el azabache. Había quien lo horneaba en casa clandestinamente con mejor harina y lo ocultaba en los más inverosímiles lugares, tales como por ejemplo muy envuelto en papeles y metido en medio de una pila de estiércol de los animales (ojo, no exagero), para que el olor (del pan) no se detectase. Podría ser intervenido por los agentes de la Fiscalía que andaban al acecho. Sabido era que no solo lo intervenían, si no que eran objeto de castigo a través de una sanción. Las multas estaban a la orden del día.

Cada una de las cartillas disponía de tres hojas con 24 cupones para el canje, del tamaño de un sello de correos. Luego, una vez acabados, había que renovarla naturalmente previo pago en Comisaria de Abastos de Orense, que estaba a la altura del Puente Nuevo, frente al Camino de Bajada al Río, donde se formaban largas colas diarias para, nunca mejor dicho, poder matar un poco el hambre comprando los cartoncillos. Habían designado unas tiendas autorizadas para el cambalache de productos concedidos, Santiberi, Plus Ultra y otras, pero los militares, los políticos del Estado, Guardia Civil, miembros de Falange, etc., disponían de economatos y cooperativas que se regían por otras más favorables condiciones, entre ellas que el pan que en esos establecimientos estatales servían era “de color blanco”. La situación era propia para el estraperlo de productos básicos de ultramarinos. Ourense era muy propicia.

La necesidad aguzaba la picaresca. No se sabía de donde salía, pero había personas que disponían bajo chaqueta de cuanto se necesitaba para comer, y lo vendían a más alto precio. Solo era cuestión de pagarlo muy por encima de su valor. Tratamiento aparte era el tabaco, que tenía su propia cartilla, solo concedida a “quienes justificaban tener el vicio”, circunstancia que había que demostrar presentando certificado médico y testigos de que el solicitante era “fumador empedernido”. Y otra cosa curiosa. Previamente a la hora de la concesión de Cartillas de Racionamiento (por cierto que empezaron llamándose “Cartillas de abastecimiento”), se imponían varias condiciones para su adjudicación. Así por ejemplo se dejaba de ser “favorecido en el trato” si la persona solicitante tenia algún familiar en prisión por efectos de la contienda civil, o si se había sido detenido alguna vez por algún motivo político. 

Duró hasta 1952, y en abril de ese año, el día que se abolió la restricción de alimentos, cuya noticia fue dada por RNE a bombo y platillo, debido a que algo parecía que ya empezaba a producir el país, y el afloramiento de la ayuda exterior comenzaba, la gente no se lo creía, y daba gritos de alegría por las calles llamando impetuosamente en las puertas de los vecinos, porque a partir de ese momento, aun pagándolo con moneda no fácil de ganar, los estómagos podrían empezar a alimentarse. 

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