Opinión

El fenómeno social “Ama Rosa”

Tenía ganas de  traer a esta sección unos cuantos párrafos para comentar lo que supuso el despertar del serial radiofónico en las costumbres de los orensanos. Hoy lo hago para que los veteranos lectores que lo han vivido lo recuerden, seguramente con alguna nostalgia y cierta simpatía, y los más jóvenes comenten… "¿de qué están hablando estos?".

Y voy a personalizar los comentarios, un tanto subjetivos, partiendo de mis fluidos recuerdos avivados por algunas notas  que aún conservo de aquel pasaje de la historia ciudadana de nuestro entorno, que se extendió en longitud de unos cuantos meses de allá por aquella época. Siempre tuve la manía de escribir, con más o menos acierto, cosas de los fastos  que iban sucediendo en la ciudad. Eran los últimos años de los 50. 
En Ourense no nos resistimos a aquella novela rosa vespertina diaria de Radio Madrid. Yo creo que a muchos hogares llegó el primer Marconi de válvulas para escuchar la narración que se  emitía por la radio a las cinco de la tarde de cada día en aquellos años de 1959 y siguientes. Aquella historia de “Ama Rosa”, que Guillermo Sautier había escrito en colaboración con Rafael Barón, y que los actores Fernando Dicenta y Matilde Conesa se encargaban de dramatizar al poner su voz, hipotecaba parte de la tarde a las señoras de la casa –bueno, y a muchos señores, así como de la población mozalbeta especialmente femenina; todo hay que decirlo– no se podía rechistar. Se paraba toda actividad para poner la oreja al  lado del receptor, dispuestos a verter lágrimas y suspiros, ante los continuos suspenses de la dramática capitulada narración. En los domicilios orensanos se conectaba la radio, y se producía un aliciente que proporcionaría al final del capítulo y a la mañana siguiente chascarrillos de toda índole con las vecinas del barrio, valorando las incidencias de lo último de “Ama Rosa”.
Seguir al detalle las incidencias del Dr. Beltrán, la solterona y amargada  Marta, el matrimonio De La Riva, y sobre todo Ama Rosa y su secreto hijo, Javier, no era un pasatiempo, sino algo obligado para estar "socialmente al día". Podía uno olvidarse de escuchar las noticias en el "parte" de RNE a las dos y media de cada sobremesa, pero de la novela, no. Y es que aquella época, analizada a través de los años, hemos de decir que se caracterizaba por ser bastante zollipona, aunque empezaba a quedar un poco lejos un tiempo en los que se lloraba por otros motivos más importantes; y el melodrama  vino a modernizar los sollozos y la tensión emocional en los hogares. Daba la impresión de que aquello que se escuchaba era algo real que estaba sucediendo en alguna parte y la gente se aferraba a pocos centímetros de una radio para no perderse detalle. Era dopante, el enganche fue total. 

Aquello que tenía por concepto, un alto  tinte de tragedia contenida, sensibilizaba al personal de forma exasperarte; gustaba, emocionaba, enternecía, alegraba y entristecía a la vez. El serial sin duda había sido escrito con todas esas cualidades, e interpretado poniendo el acento en cada frase para macerar los corazones de los aguerridos radioyentes. 

Los capítulos, naturalmente relacionados entre sí, se emitían con periodicidad fija, salvo sábados y domingos, interpretados por un elenco narrativo tan excepcional, que mientras duró el argumento de la larga radionovela, cambió el hábito diario de los heterogéneos orensanos. Entre los años 40 y 60, no se conoció otro comecocos de tal categoría. En mi casa, la de mis padres claro, también hizo su mella. 

En definitiva, Ourense dio el do de pecho y se entregó al serial sin condiciones de tiempo. Creo que si lo hubieran emitido a las tres de la madrugada, no sería óbice para sacrificar las horas de sueño que fuesen necesarias. El caso era no perder ni una pizca del singular  relato folletinesco. Ya luego al final, el clímax afloró cuando el hijo de Ama Rosa agoniza repentinamente en brazos de esta, sin conocer que era su propia madre; sabiendo solo  ella que era nacido de su propio vientre, en fin todo un dramazo que tuvo en vilo a los sufridos

orensanos. (Discúlpeseme por no decir “ourensanos”; no se había aún alterado el término.)
Entonces se acaba el serial, y con los últimos chismorreos de la gente  en la calle, parece que la ciudad descansa. La tensión se relaja; ya no hay suspiros  ni sollozos, ni exasperante emoción, pero deja un vacío de tiempo a las cinco de cada tarde, que sería necesario reconsiderar.

Llegado este momento, hay que hacerse la reflexión de que la ciudad contaba con poco más de la mitad de los habitantes que la moran hoy. Socialmente aún embebidos por las secuelas de un pasado que no se acababa de dejar atrás. Avanzábamos muy lentamente. Faltaban motivos de entretenimiento. Entonces la novela, que fue quizás la primera de gran recorrido que autorizaron por las ondas, vino a provocar la curiosidad, y en cierto modo el aliciente de prestar atención a una historia que lograba calar y, como antes decía, macerar los corazones de los orensanos. 

El cine, aún con un montón de cortapisas en censura, comenzaba casi a partir de entonces a abrir un poco la espita de las películas de corte romántico, pasional con algún flash que otro mostrando la insinuación de una mirada o un inocente beso, eso sí con una clasificación por categorías de reparos que rigurosamente el espectador habría de acatar en función de la edad para ser admitido en alguna de nuestras salas para ver "Mogambo", "Esplendor en la hierba", "Las noches de Cabiria", "Orfeo Negro"...

Finalizo diciendo que los meses que duró “Ama Rosa” constituyeron  al menos en nuestra ciudad, un fenómeno social de orden familiar. Luego también fue llevada al cine y al teatro, pero ya mermó su éxito. 

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